Anoche, sufrí una locura tétrica en la casa. Fue como si hubiera vivido una pesadilla. Me sucedió cuando bajé al primer piso, para tomar agua, tenía mucha sed y sentía malestar en la cabeza, no podía soportarlo, así que fui rápido por la bebida para refrescarme.
Por cierto, yo estaba solo en mi habitación. Dormía entre lo menguante, recostado en la cama, todo hasta cuando el calor de la noche, me despertó. Entonces por necesidad, me puse de inmediato en vigilia y me levanté y corrí a abrir las ventanas para recibir aire, pero no sirvió de nada, porque la oscuridad era sofocante y perturbadora. Desde lo subjetivo, no percibía el equilibrio espacial. Pronto comencé a padecer un delirio, que recorrió toda mi humanidad. No sabía en ese momento, que era exactamente en realidad. Parecía poseer una fuerte fiebre, cuyo ardor me hizo ver sombras y monstruos en el recinto, tal tribulación fue terrorífica.
Debido a esta extravagancia, salí presuroso en dirección a las escaleras y bajé hasta el primer piso, agarrándome de las paredes, lleno de ansiedad. Luego pasé los umbrales, cogí por el pasillo principal y me acerqué a la cocina. Allí encendí la luz amarilla. Más decidido, pasé a tomar un vaso de la estantería, cuando de improvisto, se me rompió el objeto entre las manos. De súbito en el acto, recaí en frenesí, me supe gritando ahogadamente, porque creía ver un espectro horrendo, temerario con su apariencia de gorila. Al mismo tiempo, su cuerpo acorazado y sus ojos negros, generaban horror en mí, tanto que yo chillé con pánico entre la estrepitosa desesperación.
Un segundo después, pareció lanzarse el gorila sobre mí, para acabar conmigo. Todo rabioso, me tomó por el cuello para matarme, fue espantoso sentir sus garras peludas. En lo personal; yo obvio reaccioné, me revolqué en el piso con agresividad para tratar de mandarlo lejos, hice unos manoteos bruscos, pero a pesar del esfuerzo, no pude librarme de la bestia, sólo hasta cuando los vecinos del barrio se despertaron y convinieron acercarse a la residencia para ver qué pasaba, cambiaron las circunstancias.
El señor Augusto, quién dormía en la casa solariega de atrás, entre tanto, bajó al patio por una de las palmeras, que había entre los arbustos; más pronto corrió hacia los cuartos de adentro y llegó rápidamente al sitio donde yo estaba todo desvariado.
A propósito, Augusto me descubrió tumbado en el suelo, ya con el rostro contraído de terror. Entonces con agilidad, pasó a recogerme, me tomó por los hombros y de inmediato me dirigió a la salida.
Una vez en las afueras, los presentes reunidos en la calle, resolvieron llevarme al hospital en un taxi. Con dos conocidos, arribamos en poco tiempo al edificio azul. Ellos para lo seguido, me entraron a la sala de urgencias y me recostaron sobre una camilla. La enfermera de turno, vino bien al trote para atenderme y pronto me llevó hasta donde el doctor Tarfher, más al final, después de la consulta médica, me diagnosticaron una psicosis tremenda, que pudo acabar con mi vida, por haber obsesionado este arte de Poe.