Mientras leía Abraham entre bandidos (Planeta 2010), la novela de Tomás González (1950), me asaltó una duda: ¿Qué es la violencia? El diccionario de la Universidad de Oviedo la ejemplifica en diferentes contextos y para definirla la toma como sinónimo de furia, brutalidad, reparo o violación y no logra proponer una definición clara. La RAE, propone una definición insulsa y poco poética: “Acción y efecto de violentar o violentarse”. Aristóteles la concibe como un como impedimento u obstáculo que retrae de alcanzar el fin natural, pero es difícil esclarecer su significado.
En esa búsqueda, me topé con las palabras de Alberto Valencia que dice: “la violencia es una gran fuerza impersonal, asimilable, incluso a una fuerza natural, anterior y exterior a los actores del conflicto, en la cual no se distinguen intenciones ni voluntades, ya que su lógica se impone como una coacción irresistible por encima de las creencias, las convicciones, las lealtades, los afectos o las pertenencias regionales o familiares”; podríamos decir, entonces, que la violencia es algo invisible que nos acompaña, que no vemos y que solo podemos ejercer.
Abraham entre bandidos es el testimonio de esa fuerza que ejercemos, de las marcas que deja la violencia o los actos violentos a los que nos hemos ido acostumbrando en Colombia a lo largo de nuestra historia y así mismo, casi sin saber, la ejercemos. Esta novela, contada desde un coro de voces de una familia antioqueña, nos relata el secuestro de Abraham y su amigo Saúl, a manos de un grupo guerrillero dirigido por el temido comandante liberal, Enrique Medina, alias Pavor.
La historia se desarrolla en la época de La violencia en Colombia (he aquí otro uso, ahora para definir un periodo histórico) que abarca los años comprendidos entre 1947 y 1965, en donde se da la pugna bipartidista, que desató un enfrentamiento armado en el campo, principalmente. Según el artículo de Valencia, en esos años “hubo un número mínimo de 200.000 personas asesinadas, y este periodo es considerado, como uno de los conflictos más intensos del Siglo XX en América Latina”.
Pero ese coro de voces, no se centra solamente en los secuestrados, sino también en la angustia que sufren los familiares y en la incertidumbre que causa la búsqueda de un desaparecido, igualmente nos narra las cicatrices que ha dejado en la familia de Abraham este suceso, pues entendemos que su esposa, Susana, nos está contando esta historia mucho tiempo después desde un apartamento, en una ciudad, abrazada por la nostalgia propia de quienes han tenido que abandonar su territorio.
González además crea diferentes líneas narrativas, que saltan entre el pasado y el presente, en las que el lector debe ir y volver, para entender que en nuestra sociedad, la violencia es esa presencia invisible que nos acompaña. Los niños, los vecinos, los ancianos, los enamorados, los amigos tienen que ver con ella, ya sea porque le huyen o ya sea porque han conseguido sus fortunas a costa de la sangre de otros.
La violencia en esta novela es una fuerza silenciosa, que va tomando bríos, pues todos la callan, o la nombran bajito para que nadie escuche, para que nadie sepa que existe, porque en últimas, todos la aceptan y conviven con ella, y ahí radica la importancia de la obra de González, en construir un universo en donde todo lo atravesado por esa fuerza impersonal, asimilable, “anterior y exterior”, a todos los sucesos y a todas las acciones de los personajes está presente.
Asimismo, entendemos que sobre esa fuerza, se crean lazos de fraternidad y amor, vínculos invencibles que le permiten a Susana y a sus hijos, emprender la búsqueda de Abraham, pero también a superar los embates de este suceso, que los marcará para siempre, no solo a ellos, sino a las generaciones que están por venir.