Una confesión: Históricamente he tenido una fuerte tendencia a enamorarme de los hombres equivocados. Sí, lo he trabajado en terapia incontables veces, pero incontables veces también, me he sentido atraída por el mismo prototipo masculino. No voy a exponer aquí las diversas conclusiones a las que este hecho me ha llevado, ni tampoco a relatar la frustración (y los dolores) que me ha generado, pero sí vengo a contarles el sentimiento que me abarcó leer ‘Mad Men’, el ensayo hecho libro de Vanessa Rosales Altamar, y qué tiene que ver con esta confesión inicial.
‘Mad Men’, el libro, es una reflexión muy personal de la autora sobre esta icónica serie emitida entre el 2007 y el 2015, en él hace un repaso por los diferentes aspectos que aborda esta producción audiovisual: el mundo masculino de una Nueva York entre los años 60 y 70, el rol pasivo de las mujeres de la época que esperan ser elegidas y cuyos roles gravitan alrededor de la figura masculina, la libertad sexual como patrimonio de los hombres, el cigarrillo y el alcohol como elementos naturales del entorno, la estética de la época, los cambios socioculturales de una década a otra y, por supuesto, Don Draper, su adorado y, al tiempo, detestable protagonista.
Pero, sobre todo, Rosales pone sobre la mesa su relación personal con lo masculino, su mirada heterosexual sobre la serie y sus personajes y, en general, sobre los hombres con los que se ha relacionado afectivamente, sus puntos comunes con esa figura del Mad Men que presenta la serie y las poderosas contradicciones que a su vez representan ellos y ella, y yo, y seguramente todas las que hemos encontrado morada segura en las premisas del feminismo, pero que a su vez, nos hemos enamorado una y otra vez de los representantes más clásicos del patriarcado.
“Con él se avivó la sensación tramposa de que él sí podía elegir. De que yo, como mujer, seguía enmarcada en ciertos límites. Quise hacer de su claridad un sitio ambiguo, quise que me eligiera solo a mí, no quería repartirme en el harén de su constelación afectiva. Me traicioné. Intenté ceder margen a lo que hasta entonces era innegociable para mí. Lo vi tímido e inseguro, lo vi aniñado, torpe, lo vi cruel y desprendido, lo vi ser hiriente y lo sentí ser bondadoso. Me repartía entre verlo como un mujeriego empedernido versus un varón que había sido rasguñado en lo recóndito, herido hasta desarrollar una ambigua forma de amor, esa de estar sin ningún pacto nítido, esa de estar y seguir abierto a los brazos de otras. Y había otras.”
Este fragmento, particularmente, tuve que leerlo varias veces, releerlo porque me arrolló. Me cayó encima como una cascada de agua fría que todo lo congela, me encontré en cada una de sus palabras. Y lo leí varias veces, porque se apoderó de mí una sensación: vergüenza. Sí, vergüenza de haber sido esa mujer. Y hubo más.
“Lo amaba porque lo veía muy «masculino», lo amaba porque amaba a las mujeres, lo amaba porque quería ser libre, lo amaba porque contenía, en mi proyección, esas cualidades viriles que me fascinan y me lastiman. Me muevo a veces entre la mirada compasiva y la narrativa que totaliza -no son los hombres, como categoría monolítica, es este hombre, con su particularidad. Me contradigo. Sí totalizo. Me contradigo. Me he traicionado a mí misma en aras de comprender a ese varón y no lo suficiente a mí misma. He ido en contra de mis certezas. He sido obstinada. He intentado moldearme para que un varón me elija. Yo, la mujer incómoda; yo, la mujer que habla en público de liberación femenina.”
Yo, la mujer que lee avergonzada, al encontrarse y saberse esa mujer de la que se habla. Tuve que tragar saliva, dejar de leer, y volver a leer. Qué incomodo puede ser eso que se parece tanto a la verdad.
Sí, vergüenza fue la sensación, la sensación que se me clavó por ser esa mujer que se auto reconoce equivocada en sus decisiones afectivas. Sin embargo, ahora que lo escribo recuerdo que ha sido justamente vergüenza el sentimiento que innumerables veces me han dejado las manifestaciones más oscuras del patriarcado: los piropos en la calle, el acoso y el abuso sexual. Vergüenza. Y es quizá esa, una de las principales armas del patriarcado, la que te hace sentir culpable y responsable, la que te lleva a asumir que el problema habita en ti, en tus decisiones, en tu cuerpo.
Benditas sean las palabras. Hoy con ellas, recojo y limpio mi vergüenza.
Colofón: Vi Mad Men hace muchos años. Admiraba el personaje de Don Draper tanto como lo odiaba, recuerdo verlo siempre conflictuada. Imaginaba, esperaba, añoraba, un final para este personaje que estuviera a la altura de sus canalladas. Así fue como vi el final de la serie sin sentir que efectivamente lo era, esperando un algo más, una venganza del destino, quizá. Fue tal mi frustración que tuve que gestionarla escribiendo un cuento (benditas sean las palabras) que aborda este episodio, lo pueden leer aquí.