Pasó mucho tiempo antes de auto reconocerme como feminista, por mucho tiempo declaré: “claro, creo en la equidad, pero no me gustan las posturas extremas de cierto grupo de feministas”. Temía. Temía ser encasillada, temía subirme en un “bus de la victoria” que no reconocía como propio ¿qué había hecho yo en las luchas feministas?, temía también el juicio, tanto masculino como femenino de mis círculos sociales claramente heteropatriarcales, y me retumbaba en la cabeza las muchas veces que me dijeron, entre chiste y chanza: “feminazi”.
Pienso entonces en el afamado TED de la maravillosa Chimamanda Ngozi Adichie del 2012, ‘Todos deberíamos ser feministas’, convertido en libro también, en el que cuenta cómo en su infancia su mejor amigo fue el primero en llamarla “feminista” y no precisamente como un cumplido, y cómo a lo largo de su vida se ha encontrado con las múltiples connotaciones negativas que tiene socialmente el término. De una u otra forma, el patriarcado también nos ha censurado la posibilidad, que debería ser natural, de reconocernos feministas.
No sé cuál fue el momento exacto en el que todos esos temores se derrumbaron para mi, pero sé que pasó ya en la adultez, y pasó, como muchas cosas en mi vida, transmutado, a través de los libros.
Dice Liliana Bodoc, en el artículo ´La literatura femenina en la lucha contra el patriarcado’, que “la literatura femenina es una literatura en la que las mujeres cuentan sus historias, cuentan el mundo desde su experiencia, su subjetividad, su punto de vista. Es una literatura que se ha construido a lo largo de los siglos con la lucha de las mujeres por tener voz, por ser escuchadas, por ser tomadas en cuenta como seres humanos con plenos derechos y no como objetos o accesorios del mundo masculino” ¡Y cuánta razón tiene! Por eso, como parte de mi auto reconocimiento feminista me propuse leer mujeres, y no cualquier tipo de mujeres, mujeres escritoras colombianas que desde ese particular lugar en el mundo narraran historias (en el que tres cosas nos unían: la identidad de género, la pasión por escribir y la nacionalidad), con esa premisa llegaron a mi biblioteca autoras como Pilar Quintana, Laura Restrepo, Piedad Bonnett, Alejandra Jaramillo, Margarita García Robayo, Sara Jaramillo Klinkert, entre muchas otras, sus historias llenaron de sentido las mías, me encontré en los personajes, dolores, aventuras y desdichas que relataban, en sus personajes femeninos llenos de los múltiples matices de los que estamos hechas.
Ahí, empezó otra aventura para mí, un segundo momento de mi auto reconocimiento feminista: me di cuenta que la mayoría de mis relatos hablaban desde voces masculinas, por miedo quizá, había evitado construir personajes femeninos, y peor aún, contar mis propias historias.
“Enseñamos a las chicas a tener vergüenza. “Cierra las piernas”, “Tápate”. Les hacemos sentir que por el hecho de nacer mujeres, ya son culpables de algo. Y lo que sucede es que las chicas se convierten en mujeres que no pueden decir que experimentan deseo, que se silencian a sí mismas. Que no pueden decir lo que piensan realmente. Que han convertido el fingimiento en un arte”, dice Chimamanda.
Yo, aunque escribía desde la adolescencia, me había silenciado, me había autocensurado. Por eso, mi segundo gran acto feminista fue contar mis propias historias, mis relatos se empezaron a convertir en el espacio más seguro para gestionar mis emociones, para narrar mis deseos, para relatar mis experiencias y para construirle múltiples posibilidades a mis decisiones. Y entonces surgieron una seguidilla de relatos eróticos, en los que el cuerpo femenino y el mundo del deseo se convirtió en protagonista. Fue mi manera de batir mi bandera de mujer que desea y que está en plena libertad y autonomía para hablar de ello. Una de mis banderas feministas.
Como diría Bodoc, escribir se convirtió en un espacio para expresar mis vivencias y sentimientos, que por muchos años y sin ser consciente de ello, fueron silenciados y reprimidos por la cultura patriarcal en la que crecí.
Y hoy, aunque me declaro feminista, sé que aún hay mucho por construir (y deconstruir) alrededor de este maravilloso concepto que, gracias a tantas, se ha convertido en un imprescindible de las discusiones y decisiones sociales y políticas actuales.
“A las niñas las enseñamos a encogerse, a hacerse más pequeñas. A las niñas les decimos: Puedes tener ambición, pero no demasiada. Debes intentar tener éxito, pero no demasiado, porque entonces estarás amenazando a los hombres”, dijo Chimamanda. Cada que puedo, en todos los ámbitos de mi vida bato mis banderas feministas y animo a mi niña interna a no encogerse nunca más, a ser ambiciosa y a buscar el éxito, entendido este como todo aquello que me dé satisfacción.
Colofón 1: En mi camino feminista han aparecido múltiples oportunidades para sentirme y hacer parte de las luchas feministas, una de ellas llegará a librerías pronto en forma de libro: una compilación de escritoras vallecaucanas en la que tuve el honor y, sobre todo, la satisfacción de trabajar. Leí a muchísimas mujeres de mi departamento, que con valentía e ímpetu escriben, y escriben maravillosamente. Un proyecto que es un orgullo, una alegría, por mí, y por todas las que leí… que escriben, que narran, que hablan, que gritan, que luchan, a través de la palabra escrita.
Colofón 2: En mi trabajo actual participé de un pódcast que relata brevemente la historia del feminismo, esa que está marcado por la valentía y la resistencia. Un honor prestar mi voz para narrar el legado de tantas, gracias a las que hoy, yo misma puedo tener voz.