Un día – Por: AniMar

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Este amanecer lunar es tan hermoso como la belleza de mi música, de lo invisible, de lo que he anhelado en la vida; es encantador viajar en este tren solitario; no tengo nostalgia, solo la certeza de haber elegido el camino cierto. Llevo doce horas de viaje; pienso en voz alta, organizo y escribo mis […]
Escritor y periodista. Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle, magister en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Bogotá.

Este amanecer lunar es tan hermoso como la belleza de mi música, de lo invisible, de lo que he anhelado en la vida; es encantador viajar en este tren solitario; no tengo nostalgia, solo la certeza de haber elegido el camino cierto. Llevo doce horas de viaje; pienso en voz alta, organizo y escribo mis ideas. Veinticuatro horas son mucho cuando se trata de esperar al amado, pero es poco cuando se trata de un salto vertiginoso; del viraje súbito de una vida compartida por años. ¡Ha pasado un día, un solo día!, me digo. Veo pasar las montañas de arena, uno que otro refugio en medio de la nada, y así, pasan también los cuadros de mi vida con él… 

Al fin logro entrever lo que pasó. Todo empezó ayer, con la aurora, cuando desperté del sueño… Él estaba en medio de muchas personas de dinero, empresarios poderosos, me hablaba con familiaridad, pero yo… yo no lo conocía, él nunca había hecho parte de mi vida; tampoco yo había hecho parte de esa vida de lujos. 

Él es músico. Cuando lo conocí me enamoré al instante, era el hombre más bello que había visto. Mi amor por la belleza al fin había encontrado su Apolo. Fuimos novios poco tiempo. Solo tenía ojos para él; era gracioso, hablador, un poquito petulante, pero, no le presté importancia a eso. Antes de casarnos, él escuchaba mis historias, yo le hablaba del olor y el sabor de la música, ahora que lo escribo me doy cuenta: yo he vivido la música con todos mis sentidos …  

Algunas veces él me decía: Alma, tú eres mi pareja perfecta, tu simpleza y mi vanidad generan justo la línea media. 

Me reí, era gracioso escuchar semejantes tonterías, ¿pero, de qué disparate hablas?, dije riendo. 

Me hubiera gustado una celebración sencilla, una ceremonia civil sin ninguna presunción; no en vano mis amigos dicen que me parezco a mi nombre. Pero mi amado soñaba una ceremonia fastuosa. 

Recuerdo el día en que me dijo —¡Alma, nuestra boda debe ser recordada como una boda real! 

Sus ansias de gloria, sus sueños de grandeza y de estar por encima de todos me hacían gracia, tenían que ser bromas de mi ingenuo amor. 

En el duermevela, yo veía su rostro perfecto, acercaba mi piel a la tersura de su cuerpo, sentía su respiración; esas imágenes me estremecían y me ruborizaban de emoción. Pocos días antes del matrimonio, no compuse ni una sola partitura, ni siquiera me asomé a mi piano; estaba enajenada de amor. Cinco horas antes de la ceremonia, mientras me embelesaba de amor, él solo pensaba en que debía vestirse como un príncipe, ningún novio sería más sublime que él. 

La boda fue apoteósica, tal como él la soñaba. Una gran orquesta sinfónica tocó la marcha nupcial de Mendelssohn. 

No quiero recordar nuestras noches. Voy tan feliz y tan serena en medio de este amanecer gris. Mas debo hacerlo, necesito entender; no puedo empezar una vida nueva sin haber comprendido lo que pasó. Durante los primeros años de casados, noche tras noche, mientras cenábamos, yo intentaba contarle algo de mi día; antes de que yo iniciara, él intervenía —Alma, escucha, hoy me contrató un gran empresario, tiene mucho dinero, ganaré una fortuna en ese concierto. 

Cada nueva maravilla que me contaba me alegraba mucho. Lo impulsaba: Sigue, sigue, vida mía, el empresario quedará satisfecho con tu trabajo. Ya ves, amor mío, yo nunca he conversado con un empresario. 

—Pero Alma ¿cómo puedes creer que a un empresario podría interesarle tu música? Tu música es muy simple, solo te interesa a ti. 

No Alma, no te hagas más daño, pensé. Pero la mente es caprichosa…vuelven una y otra vez las imágenes.  

¿Cuándo empecé a quitarme el velo de ojos? No sé, pero poco a poco esos comentarios empezaron a superponerse a la imagen que me había hecho de él.  Se unieron otros, otros muchos. 

Tu simpleza y mi vanidad generan justo la línea media… boda real… gloria, grandeza, riqueza, dinero, riqueza… 

Finalmente, me acostumbré a no contar de mí ni lo necesario; frente a las grandezas de él, mis vicisitudes musicales eran la nada, un paisaje en blanco. Ahora él, era parte de la nada de mi vida.  

De repente, un sonido dentro del tren, me hizo salir de mi letargo, ¿dónde iba? Ah, sí, iba en el despertar, del sueño de ayer, al momento de la aurora; era todo tan reciente… Me inundaron los recuerdos del despertar: Me senté en la cama, él estaba a mi lado, lo miré fijamente. 

Como un rayo sentí que años luz nos separaban. Por primera vez sentí que él me miraba de verdad. Él conocía mi mirada amorosa, pero ayer, ayer conoció mi mirada de hielo. 

Me desperté curada de ese amor…

En ese instante, de los labios de él, de la nada, afloraron ríos de miel, Almita mía, mi buena Almita…

Esas mieles no me sabían ni amargas ni dulces, tampoco me estremecieron de hastío. Solo me invadía la indiferencia y un deseo profundo de estar lejos, en otra galaxia. 

Ayer, cuando no me sentía Alma sino un témpano gélido, un cuerpo embalsamado, él decía esas palabras melosas y yo vi pasar ante mis ojos el torrente de sucesos que me esperaban: hoy, las mieles, mañana, los ruegos, los arrepentimientos… después la agresión… el último cuadro en mi espejismo fue el litigio mezquino. Y más adelante, no sé, ¿hasta dónde podría llegar él en su afán de demostrar que a nadie le sería permitido dejarle de amar? ¡Oh, cuánto horror! Debía ponerme a salvo cuanto antes. 

Algo me dice que, en este momento, él, enajenado en sí mismo, continúa recitando mieles; tardará mucho en darse cuenta de que su Almita, aún más ingrávida ya sin corazón, partió lejos, muy lejos. Entre tanto, mi espíritu en calma, disfruta este paisaje de amanecer lunar.   

 

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