Los libros llegan cuando uno los necesita. Y así llegaron a mí tres historias, tres escritoras, tres colombianas. Una seguida de la otra.
Primero fue ‘Tiempo muerto’ de Margarita García Robayo. Una novela con momentos poderosos que solo te permiten tragar saliva y parpadear. Con una narrativa fluida la autora nos habla de la fase decadente de un matrimonio: nos muestra a una pareja, con sus virtudes y múltiples defectos, en un país que no es el suyo, un lugar en el que han terminado por encajar como un par de afortunados inmigrantes colombianos.
De un capítulo a otro, el lector puede entender a Lucía, la esposa, y al siguiente odiarla con toda la entraña, y entonces, entender a su esposo, Pablo, para en el siguiente reprobar cada uno de sus torpes pasos. Esta novela, abre capítulo a capítulo un universo de preguntas ¿cómo un par de personas tan disimiles pueden llegar a jurarse amor eterno? ¿Qué sostiene en el tiempo una relación de pareja? ¿Hasta dónde, hasta cuándo, hasta qué, quedarse junto a alguien? ¿Estaría mejor el uno sin el otro? O mejor, ¿qué sería del uno sin el otro?
Ninguna de estas preguntas las resuelve la novela, porque de hecho, parte de su propuesta es generarlas y dejarnos con ganas de alguna certeza, sólo con las ganas. La autora, con su pluma precisa tiende espejos, como trampas para ratones, en los que el lector se mira, se cuestiona y continúa con el sinsabor de la no respuesta.
Después, vino ‘Delirio’ de Laura Restrepo. Una novela que no podría haber tenido un nombre más apropiado. Este libro, sin capítulos, y por ende, con pocas oportunidades para el respiro, nos presenta a Agustina, una mujer inclasificable, en un estado de locura que viene y va sin mayor explicación. Dueña de un universo tan propio, tan angustiante, tan extraño, como ella misma. Y a su lado, como escudero, su fiel Aguilar, una pareja que es sombra, que se asume personaje secundario, como un planeta más alrededor de ese sol que es ella, que ilumina y quema.
Esta historia transcurre en una Colombia enferma de explosiones y temores, con la marca de Pablo Escobar, cuya presencia, silenciosa, opaca y discreta, marca el vaivén de sus personajes e historias. Al principio de la novela, es difícil deducir de dónde vienen esos protagonistas tan llenos de particularidades, y al final, no hay ninguna certeza sobre a dónde van a parar. A lo largo de sus 311 páginas, descubrimos palmo a palmo los dolores de Agustina, su pasado y secretos, puntadas que van tejiendo ese presente en el que la conocemos. Y de nuevo, las preguntas: ¿hasta dónde, hasta cuándo, hasta qué? ¿Estaría mejor el uno sin el otro? O mejor, ¿qué sería del uno sin el otro?
Y para cerrar mi trilogía de escritoras colombianas, llegó ‘La perra’ de Pilar Quintana. Un libro desgarrador. La honestidad de cada una sus páginas aterra. Un relato a simple vista sencillo, pero que cobija un cúmulo de tristezas, de dolores y de frustraciones de las que no es posible salir intacto.
La autora nos abre las puertas a la vida de Damaris, una mujer tan frágil como fuerte. A esa cotidianidad llena de matices, en ese paradisiaco Pacífico colombiano, que se presenta tan rudo, aterrador y desigual.
La maternidad, o más bien, la no maternidad y lo que ello implica, se hacen tangibles con la presencia de Chirli, una perra que llega a la vida de Damaris para hacer las veces de hija, pero también para reflejarla como madre, como la madre que no ha podido ser o como la madre que hubiera podido ser.
Junto a ella, un distante Rogelio, su esposo. Una figura masculina que está sin estar, que se debate entre complementar, resistir y rechazar a esa mujer que a lo largo de los años ha sido amante, compañera y cuidadora. Y entonces, las preguntas: ¿estaría mejor el uno sin el otro? O mejor, ¿qué sería del uno sin el otro?
Amor, desamor, costumbre, impotencia, frustración, alegría, tristeza, placer, búsqueda. Son mis palabras para estas tres novelas que llegaron para recordarme muchas cosas, entre ellas, que aunque eso de la literatura femenina es un sofisma, leer a mujeres que relatan desde lugares conocidos, es toda una experiencia de por sí. Esos personajes, historias y conflictos me resultaron tan cercanos, tan vívidos y tan comprensibles, que muchas veces era como leerme a mí misma, como si yo los estuviera contando y me estuviera preguntando: ¿qué sería del uno sin el otro?