Existir debería ser una fiesta ¿A qué venimos al mundo si no es a dejarnos llevar sonrientes por el vaivén abrazador de la incertidumbre? ¿En qué momento perdemos ese sentido de celebrar, celebrar-nos? Perderlo o negarlo es dejar desnuda la existencia, caminar en la ribera sin asombrarnos por la inmensidad del agua, de la vida, sin sentir la vibración corpórea que pringa el cuerpo e invita a lanzarse a la certeza del disfrute. Entiendo, entiendo que la fiesta se sometió, que la alegría se suicidó, que la libertad desapareció en medio de una fosa o un secuestro forzoso, que la estructura terminó imponiéndose reina absoluta y violentó todo aquello que hacía la vida vivible. La vida no es ahora más que un desatino.
Esto es el no ser, la inercia, una forma andante, un deber, ¿algo más contrario al disfrute que el deber? La fiesta debería ser el único deber, pero no cualquier fiesta, sino la fiesta libre, la fiesta travesti, la fiesta como única forma de existencia- supervivencia. Fiesta travesti porque el mundo es tan aburrido que esto maravilloso sólo lo poseen aquellos que la subvierten ¿Sabremos de fiesta los insípidos heterosexuales? ¿Sabremos de amor los idílicos románticos? ¿Sabremos de amistad quienes aún no hemos experimentado la conversión de una amiga a pájaro?
La fiesta es el placer de ser ¿y si somos? En este instante soy sólo preguntas. ¿Acaso si he vivido el amor en libertad? ¿Existirán los hombres sin cabeza? Que me lleven con ellos en medio de un camino aterciopelado de lavanda. La fiesta debería ser hogar. La única forma de vivir cuerdamente. Seamos revolución, unámonos a los impíos, a los impuros, a los perdidos, descarrilados, seamos su causa, que es la única justa, está en ellos el reino de la vida.
Para mí la libertad es una casita rosa, del rosa más chillón, lleno de plantas, de las más preciosas, altas, verdes, deliciosas. Que sus muebles sean los necesarios para amar, su olor sea el del rocío, que sus paredes sostengan mis vínculos, que la conversación sea libro, que lo habiten todos los seres que lo necesiten, que me abrace su frío y me arrulle la luz de la luna, que no tenga ventanas, ni puertas, que el mundo sepa todo lo que ocurre a su interior, que la habitemos desnudos, vestidos, disfrazados, con un sombrero gigante y unos labios rojos, que de las llaves broten licores y aparezcan sobre las superficies y en nuestras piernas todo tipo de dulces deliciosos. Este sería mi hogar, esta sería mi fiesta.