Suena a disparate cuando digo que quiero pasar mi vejez en Nuquí. Sí, puede que sea una locura que yo, una cosmopolita millennial y hipster, proyecte el final de mi vida en Nuquí.
Honestamente, a mi yo de 20 años también le hubiera parecido una tremenda estupidez pensar en elegir un lugar sin conectividad y tendencias para pasar una etapa de la vida. Además, si soy franca, a mí parte plástica también le incomoda pensar en lo complicado de adaptarse a vivir en el calor. En lo difícil de tener un buen outfit sin que lo arruine el sudor.
Cuando sale la consentida que hay en mi, me cuestiono sobre las comodidades, sobre la posibilidad de tenerlo todo, de tener un antojo, una idea, una necesidad y que el delivery esté en mi puerta.
Y bueno, también soy hipocondriaca, no puedo dejar de pensar en el dengue, el paludismo, el zika, el Chikungunya. Ay dios, que lío!!!
Desisto, y empiezo a analizar lo que quiero para pasar mi vejez.
Quiero calor, pero también frío, quiero mar pero también bosque, quiero comer rico y beber mejor.
Anhelo silencio pero también algarabía, me gustaría una fiesta con descansos, porque al fin y al cabo voy a estar vieja.
Busco paz y lejanía, pero tener cerca alguien que sea familia. Y que la naturaleza esté ahí pegadita.
También deseo ser honesta, todo el tiempo solo yo en mi esencia. Sonreír con lo más simple, maravillarme con mi propia casa, sentir que mi barrio es un paraíso terrenal.
Solo necesito ese lugar, un par de amigos, mi pareja sosteniendo mi mano, el ritmo de la cumbancha, un trago de viche curado y un encocado de pescado.
Y así sin darme cuenta vuelvo a elegir a Nuquí como el testigo del fin de mi vida por encima de mis pendejadas y siguiendo mi corazón.
Ventarrón: ‘¿Qué quieres hacer conmigo antes de que me muera?’ por Isabel Salas
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