Venía con el Spanglish a flor de piel, la billetera dolarizada, el ego golpeado pero tranquilo.
Venía con la sensación de estar hastiada de los sabores falsos, de los amores raros, de los vínculos cortos y de los conocidos que no dejan de ser extraños.
Así, con un aire de desesperanza y mi jersey de los Yankees me senté frente al río Tejo, empecé a escuchar y a cantar “eu gosto de tudo o que é teu”
Al ritmo de ese Fado, me lleve a la boca un pedazo de pastel de nata. Con ese sabor bailé un reggaeton con un francés, y con esa dembow hablé português como si no hubiera una próxima vez.
Ahora me voy con el corazón llenito de saudade, de la melancolía de lo que dejé entre las islas de la capital del mundo, y de la añoranza de volver a este paraíso de colores.
Me voy con Lisboa grabada en la mente, con sus matices memorizados, con ganas de descubrir todos sus sabores y con la promesa de cantar Lisboa sempre Lisboa, una y otra vez.