Hace 45 años un escritor caleño hablaba de autonomía sobre el cuerpo propio, sobre los vacíos del espíritu que no llena ninguna riqueza, sobre arribismo, deseo sexual y libertad. Todo, desde una voz femenina, irreverente, suelta y sin juicios, que del sur al norte de Cali viajaba hasta perderse en sí misma.
“He pensado y pensado, y ahora estoy segura que los hombres no gozan con el sexo. Al final me fue espantando la idea de que eso que él tenía y (permítame el lector decirle) me metía, era mío; sin verlo, sin tocarlo casi, lo conocía yo mejor que él. Yo le indicaba cómo usarlo, cómo dejarlo caer profundo sin que le doliera, porque a mí no me dolió nunca, ni me agoté nunca, ni nunca me llenaron, ellos los pobrecitos, tan vacíos que quedan. Nos buscan, para qué será, ¿para llorar después como lloraba él?”.
‘¡Que viva la música!’ Sí, qué viva está 45 años después. Volví una vez más sobre este libro para conversar acerca de él en el Club de Lectura de Ruta Literaria y no solo me trajo la nostalgia habitual y la música, sino también renovadas reflexiones.
Mis primeros acercamientos a Caicedo fueron en el colegio (de esas lecturas obligadas) y ante el fanatismo que generaba entre los lectores de la época, mi filtro crítico lo encontraba lleno de lugares de comunes, de exceso de cotidianidad, un retrato fácil de la juventud caleña. Evité leerlo más, tanto como me fue posible. Y así tuvieron que pasar años y lecturas para volver a él.
Lo hice ya en la adultez, viviendo lejos de Cali, y lejos también de esa juventud caleña que yo misma viví y experimenté. Lo encontré lleno de matices, me encontré en esos personajes ansiosos por llenar sus vacíos, por darle sentido a su rumbo. Encontré a una mujer tan dueña de sí misma, como deprimida. Una mujer que no se halla ni en la fiesta ni en el sexo ni en las drogas, pero que se ve en la música, en esas letras descorazonadas que suenan alegres gracias a las congas y a los timbales, a esa música en inglés que no entiende pero que la hace sentir mejor, o peor, según sea el caso.
Un amigo dice que ¡Que viva la música! tiene el ritmo frenético y agotador de Sonido Bestial, el clásico de Richie Rey y Bobby Cruz. También es una historia tan cinematográfica que pudo ser una suerte de Trainspotting (novela de Irvine Welsh de 1993, adaptada al cine por Danny Boyle en el 96) desde una paradójica provincia tropical.
No sé, por experiencia propia, como era el mundo hace 45 años, pero si efectivamente era como lo pintan, Caicedo no solo fue visionario para su época, fue también irreverente, atrevido, arriesgado. Un hito, sin lugar a las dudas.
“Qué bajo pero qué rico, no me importa servir de chivo expiatorio, yo estoy más allá de todo juicio y salgo divina, fabulosa en cada foto. Fuerzas tengo. Yo me he puesto un nombre:
SIEMPREVIVA
propicio para que de andarse de mucha confianza con la noche no sea que lo arropen a uno, el cochero que viene y para, el cochero negro de la silla colorá. Yo seguiré de frente, porque la rumba no es como ayer, nadie la puede igualar, sabor, la rumba no es como ayer, nadie la puede controlar. Tú enrúmbate y después derrúmbate. Échale de todo a la olla que producirá la salsa de tu confusión. Ahora me voy, dejando un reguero de tinta sobre este manuscrito. Hay fuego en el 23.
MARÍA DEL CARMEN HUERTA (A.C.)
LOS ÁNGELES – CALI
MARZO 1973 – DICIEMBRE 1974”
Colofón: La última vez que leí ¡Que viva la música! lo hice escuchando esta playlist creada por el escritor, guionista y productor Sandro Romero Rey, más de 90 canciones citadas y relacionadas por el mismo Caicedo como parte de final de la novela. Lo hice, también, después de leer la que se considera es la carta de suicidio de Andrés, escrita dos años antes de suicidarse, y que parece en si misma una extensión de su obra cumbre: ¡Que viva la música!:
“Mamacita: Cali, 1975.
Un día tú me prometiste que cualquier cosa que yo hiciera, tú la comprenderías y me darías la razón. Por favor, trata de entender mi muerte. Yo no estaba hecho para vivir más tiempo. Estoy enormemente cansado, decepcionado y triste, y estoy seguro de que cada día que pase, cada una de estas sensaciones o sentimientos me irán matando lentamente. Entonces prefiero acabar de una vez.
De ti no guardo más que cariño y dulzura. Has sido la mejor madre del mundo y yo soy el que te pierdo, pero mi acto no es derrota. Tengo todas las de ganar, porque estoy convencido de que no me queda otra salida. Nací con la muerte adentro y lo único que hago es sacármela para dejar de pensar y quedar tranquilo.
…Acuérdate solamente de mí. Yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo y un sinsentido, y porque desde que cumplí 21 vengo sin entender el mundo. Soy incapaz ante las relaciones de dinero y las relaciones de influencias, y no puedo resistir el amor: es algo mucho más fuerte que todas mis fuerzas, y me las ha desbaratado.
Dejo algo de obra y muero tranquilo. Este acto ya estaba premeditado. Tú premedita tu muerte también. Es la única forma de vencerla.
Madrecita querida, de no haber sido por ti, yo ya habría muerto hace ya muchos años. Esta idea la tengo desde mi uso de razón. Ahora mi razón está extraviada, y lo que hago es solamente para parar el sufrimiento.”
¡Agúzate!