La novela de Pablo Montoya es la obertura de una sinfonía que se empieza a escribir, la vida del joven músico y escritor Pedro Cadavid. Una novela que entrelaza los dramas de músicos aprendices, sus profesores en Tunja, con un trasfondo de la violencia recrudecida que vivió el país durante los años 80.
Es escritor japonés Haruki Murakami dice que alguien capaz de escribir una novela es alguien capaz de comunicarse con los habitantes de otros planetas, es decir, que las novelas o la literatura en general crea puentes imaginarios o reales que llevan al lector a otras dimensiones, a otros lugares en los que jamás ha estado; lo lleva a escuchar otras voces, otras músicas que tal vez no hagan parte del imaginario del lector, pero que ineluctablemente, al penetrar en ese mundo se construyen, toman vida y es inevitable, que cuando cerramos el libro, esos personajes sigan atravesando el puente y duren un tiempo dando vueltas por la memoria.
Esto me ha ocurrido con la última novela del barranqueño Pablo Montoya, La escuela de música. La historia de Pedro Cadavid, un joven paisa que deja su carrera de medicina y se traslada a Tunja para estudiar música, en una nueva escuela que pretende cambiar los estándares de enseñanza en el país. Aunque Cadavid no es muy virtuoso, ni su oído es cosa del otro mundo, es un estudiante aplicado y encuentra que su camino en la música está muy relacionado con la literatura.
Aunque la novela de Montoya trasciende más allá de las peripecias de Cadavid y sus compañeros para enfrentarse a la disciplina de la escuela y su director, el maestro Zabala, se convierte, también, en un viaje por la ciudad de Tunja y sus dinámicas culturales. A medida que transcurren los días de Pedro en la capital del departamento de Boyacá, nos vamos encerrando en el tedio de una ciudad pequeña, apacible, conservadora, que a nivel cultural no tiene mucho que ofrecer a los músicos o escritores en ciernes que viven allí.
Montoya ha creado un universo literario, en donde una docena de personajes se entrelazan, aparecen y desaparecen con el trasfondo de la violencia que vivía Colombia en los años ochenta, cuando el narcotráfico se afirmaba en el país y permeaba en la sociedad colombiana. El M19 se tomaba el Palacio de Justicia y el ataque era repelido con tanques de guerra en pleno centro de Bogotá y una avalancha que se hubiera podido evitar, pero que por negligencia de las autoridades tuvo como consecuencia la desaparición de un pueblo entero.
La escuela de música, además de narrar los dramas de Cadavid, los jóvenes músicos, sus profesores y de Tunja, una ciudad que esconde una infinidad de secretos, nos enseña un universo musical inconmensurable, allí escuchamos a Beethoven, Schuman, Vivaldi, Berlioz pero también leemos a Neruda, a Rulfo, Thomas Mann; asistimos a clases de piano, al ensayo de un coro magistral, al que todos los estudiantes de la escuela están obligados a asistir, oímos jazz, bailamos bambucos, escuchamos una interpretación espectacular de un pianista único en donde logra mezclar La cucharita de Jorge Velosa con Beethoven.
En esta novela, Pablo Montoya ha tendido un puente entre Tunja y el mundo, entre la música y la literatura, entre la vida y la muerte, creando un universo sin artificios literarios pero sin dejar la erudición a la que tiene acostumbrados a sus lectores, en donde mezcla diferentes universos que se entrelazan, para llevarnos a planetas distantes en donde lo bello y lo sencillo confluyen en sus páginas, que son la partitura del inicio de la vida de un joven flautista y escritor llamado Pedro Cadavid.