Andrés Mauricio Muñoz es uno de los grandes narradores de nuestros tiempos, basta con leer algún párrafo al azar de su prosa para darse cuenta de eso. Pero cuando uno va un poco más allá y se sumerge en sus cuentos, como los de ‘Hay días en que estamos idos’, queda convencido, o por lo menos, así me pasó a mí.
Este libro de cuentos presenta seis historias en las que el narrador nos toma de la mano, como lo haría un abuelito buena gente que te quiere enseñar el camino, que va despacio y te invita a mirar a tu alrededor. Seis rutinas protagonizadas por hombres y mujeres, comunes y corrientes, con los que además es fácil identificarse, pues representan fielmente ese saberse adulto y fracasado en ese rol, al mismo tiempo.
Mujeres embolatadas que buscan en la maternidad algún norte; hombres que no tienen otro camino que improvisar eso de ser padres y esposos; niños creciendo solos bajo la sombra de esos padres sin brújula; mujeres que son madres de sus maridos; hombres que refugian sus angustias en alguna que otra amante; hijos que se resisten a llegar o que cuando llegan son tan impredecibles como la vida misma.
Todo “normal”, por supuesto, muy propio en estos tiempos de los niños envejecidos en que nos vamos convirtiendo los adultos, niños a ratos asustados y a ratos engolosinados, pero niños, al fin y al cabo.
Sin embargo, la gracia de este libro no se queda en el reflejo de esas rutinas, por el contrario, da un paso más allá. Después de hacernos creer que estamos en ese lugar seguro, porque lo conocemos y hemos estado ahí, cada historia da un giro difícil de predecir. Aparecen entonces situaciones absurdas, brutales y fuera de control, como espejos que deforman nuestro reflejo, que nos muestran la fragilidad de todo eso que creemos ser, pensar, sentir o tener. Ninguna certeza se mantiene, todas se derrumban con una explosión que inicia desde adentro.
Debo confesar que, más con unas que con otras, después de leer estas historias era inevitable sentirme un tanto perturbada, incomoda o, simplemente, puesta de cabeza. Cada cuento abarcó mis pensamientos días enteros, mientras lograba en mi orden lógico de las cosas explicar lo que había ocurrido o justificar lo que yo, ante algo así, hubiera hecho.
Además de un sinnúmero más de razones, creo sin dudar que, justamente, es para generar esas emociones que por fortuna existe la literatura, por eso, no dejen pasar la oportunidad de tocarse las fibras a través de las letras de este libro.