Quizá lo que esté ocurriendo en el mundo, plantea Yasha Mounk, sea que los jóvenes, sobre todo los que escriben, están aburridos de un entorno tan pacífico y falto de emoción como el que siguió a la posguerra. Leen emocionados los dramas de Ana Frank y Benjamin Franklin y añoran en secreto que llegue una época en que “su libertad esté más asediada” y tengan fácil ocasión de demostrar su valentía y heroísmo.
Una nostalgia por los tiempos difíciles, una especie de quijotismo inverso es el que parece que se ha apoderado de las mentes jóvenes que apoyan a los líderes con discursos autócratas, homófonos, xenófobos y abiertamente anti liberales que ayudaron a elegir. ¿Qué está pasando? ¿Por qué Hungría pasó de ser el ejemplo de una democracia en franca consolidación a ser un Estado iliberal “basado en valores nacionales” como lo definió Orbán?
Lo primero que nos explica Yasha Mounk en su reciente libro El pueblo contra la democracia es que el mundo no está virando exactamente hacia la autocracia, sino hacia una democracia jerárquica e iliberal, lo que muchos traducimos como dictadura. Pero él aclara que una cosa es la democracia y otra es la liberalidad del Estado de derecho, en el que todos los ciudadanos por igual tienen las misma libertades.
Los discursos de Trump y Bolzonaro, al igual que el del Centro Democrático colombiano, sostienen que la democracia ordena que se gobierne para la mayoría y que las minorías deben adaptarse al mandato de la mayoría. En teoría, nada es más democrático que eso; nadie dijo que la democracia debía otorgar libertades, permitir la diversidad o proteger a las minorías: esas son ideas de la liberalidad. Para quienes esa liberalidad espiritual y mora; o la económica o la política representa el fracaso de la, otro sistema debería garantizar lo que este no, así sea una autocracia.
Según Mounk, muchos se sienten defraudados por la democracia porque sienten que muchas de las decisiones que los afectan individualmente las toman organismos internacionales. Este fue el principal argumento de Trump, y es también uno de los estandartes de la política del actual gobierno colombiano. Tienen razón, muchas de las decisiones que nos afectan económicamente provienen de organismos internacionales que limitan el actuar soberano. Algunas de estas decisiones han sido caballitos de batalla de las izquierda latinoamericana (las políticas del FMI y el Banco Mundial principalmente) y otras incomodan más bien a las grandes industrias y a los latifundistas (la OMS, el acuerdo de Kioto, el CPI, entre otras).
Fue este mismo argumento el que se usó para ganar el Brexit y el no en el plebiscito sobre la paz de Colombia: ¿por qué otras naciones deben decidir por nosotros? Pero esta es solo la punta del iceberg; las razones por las que muchos desconfían de la democracia van más allá.
Así como las ideas de Martín Luthero no hubieran tenido el efecto que tuvieron sin una tecnología de difusión de ideas tan poderosa como el libro, las redes sociales dieron alas a las ideas vencidas de un mundo ordenado, previsible y “duradero” que es la otra cara de la democracia liberal. La libertad de difusión que permiten las redes incluye esparcir mendacidades sin pasar por la censura de los grandes canales tradicionales. Mounk explica que la estrategia de Trump consistió en volver viral ideas que ninguna cadena se atrevería a difundir (como que Hillary Clinton era maligna), y obligar así a esas mismas grandes cadenas a decidir entre ignorar el tema de conversación nacional o hacer una lectura crítica de ella añadiéndole de todas maneras resonancia a la difamación.
Otra de las razones es que durante las primeras décadas de la posguerra, la democracia logró que sus economías mejoraran insignificante, pero continuamente, de manera que jóvenes nacidos en los años 50s ganaban 0,1% más dinero que sus padres a la misma edad. Pero en los últimos treinta años esta tendencia se invirtió. La desconfianza en la quimera de un futuro mejor socava también los pilares de lo establecido, que en este caso particular es la democracia. Mounk plantea que la desmitificación de la democracia se debe al mal ajeno del que los salvos del sistema son testigos impotentes o indiferentes. Este entorno deteriorado, les hace imaginar que el monstruo terminará comiéndoselo todo y, abrumados por una emoción apocalíptica, se dejan seducir por los cantos de sirena de un retorno a lo destronado, lo marginal, lo prohibido.
Por eso la tercera causa de la desconfianza en la democracia es la crisis de identidad que conlleva: al declarar a todos iguales, ya no se puede ocultar el carácter multiétnico de las naciones. Incluso en Grecia, la ciudadanía era una asunto restringido, ni mujeres ni esclavos tenían esos derechos, ni siquiera a Aristóteles o a Diógenes les estuvo permitido participar en el gobierno de la ciudad. La idea de nación siempre ha sido restrictiva al respecto, de manera que la democracia multiétnica parece contradecir la idea de nación. Sin embargo, a lo largo de la historia, las naciones fueron flexibilizando los criterios de la ciudadanía a la vez que los derechos de dicha ciudadanía se fueron también reduciendo.
Para Mounk, los años de mayor bienestar en las democracias europeas coincide con la de menor inmigración: la posguerra. Esto aunado a que los populistas han sabido capitalizar el miedo a la inmigración, hace que “la opinión negativa sobre los inmigrantes y las minorías étnicas” muestre una alta correlación “con el apoyo a toda una familia de posturas políticas que abarca desde el Brexit hasta Marine Le Pen”. Es otra forma de ansiedad fundada en que el desastre que lleva a los extranjeros a huir de sus patrias llega detrás de ellos: el monstruo terminará comiéndonos a todos.
Una vez socavada la confianza en la democracia, los populistas pueden presentar casi cualquier locura bajo el disfraz de un regreso a la situación anterior que es en la práctica imposible de lograr: destruir los derechos de las minorías, acabar con la educación pública, crear crisis entre las ramas de los poderes, casi siempre con la rama judicial entre otras descabelladas ideas de la democracia iliberal. Realizar dichos cambios en momentos tan mediatizados como los nuestros es casi imposible a menos que dichas democracias deriven en algún tipo de dictadura.
El pueblo contra la democracia no hace un crítica al seno mismo del sistema, sino que aún cree que los problemas de la democracia liberal no tienen qué ver con la acumulación desmedida de capital o la desigualdad en general, sino con una crisis cíclica y superable. Yasha Mounk propone ciertas soluciones moderadas, plausibles, pero quizá insuficientes.