No recuerdo mis miedos. Los perdí en el momento exacto en el que mi piel desprendió arrugas para volverlas fábulas, cuando mi cabello negro se fue blanqueando para manifestar el tiempo y despertar la vida.
En ese instante, me dedique a quererte. Abracé con anhelo la experiencia y me convertí en especialista del saber.
Entiendo ahora que no envidio al joven por el tiempo que tiene a su merced. A mí la merced me ha entregado la esperanza, me ha enseñado a levantarme. He descubierto la vida, sin afán y sin recelo de lo que fui.
¡Me despojo de la carne para comenzar a vivir!