El armadillo: Escribir desde la nostalgia

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Hace algún tiempo abrí un blog que llevaba por título escribir desde la nostalgia, tenía como objetivo albergar textos escritos sobre mis saudades. Era un ejercicio divertido, de aprendizaje, que se fue muriendo con el tiempo, mi escritura para la página no fue muy juiciosa, aunque me sirvió para darme cuenta de la construcción de […]
Escritor y periodista. Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle, magister en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Bogotá.

Hace algún tiempo abrí un blog que llevaba por título escribir desde la nostalgia, tenía como objetivo albergar textos escritos sobre mis saudades. Era un ejercicio divertido, de aprendizaje, que se fue muriendo con el tiempo, mi escritura para la página no fue muy juiciosa, aunque me sirvió para darme cuenta de la construcción de mi voz literaria, también para enfrentarme a los buenos y malos recuerdos que se van formando con el paso del tiempo.

A mí me gusta escribir novelas, lanzarme a ese juego del lenguaje, que es un ejercicio de resistencia, en el que se pone el empeño para, entre muchas otras cosas, no dejar caer la historia. En esa carrera aparecen obstáculos físicos, hay que enfrentarse a la rutina diaria de lavar platos, cocinar, atender a la hija, trabajar en cosas que a veces nada tienen que ver con el proyecto de escritura, ni siquiera con la literatura. También aparecen obstáculos estéticos como encontrar la palabra justa, crear personajes verosímiles, darle tono y velocidad, entre muchos otros, que tienen que ver con la técnica y se solucionan con el aprendizaje del oficio. Y están los obstáculos mentales, que, en mi caso, asocio a las nostalgias, que aparecen inevitablemente cuando estoy escribiendo.

La escritura de novelas me ha permitido, innumerables veces, traer los viejos recuerdos con personas que ya no están, como mi madre o mis abuelos, y aunque por descabellado que parezca, he escuchado sus voces y he sentido su presencia, porque es la única manera de poner su esencia en los personajes que construyo. También los viejos recuerdos de Cali, una ciudad que ha ido cambiando y como todo, se va convirtiendo en otra y la Cali que vive en mis recuerdos de infancia o en mis tiempos de estudiante universitario, toma forma en mi escritura, pero no puedo dejar de pensar en ella con la añoranza de lo que está irremediablemente perdido.

Entonces, ¿cómo se escribe desde la nostalgia? No lo sé, pero creo que sé cómo sobrevivir a ella, a la parálisis que supone encontrar en el laberinto de la memoria las voces que creíamos perdidas. La manera, quizás sea dejarse extraviar en ese laberinto para encontrar lo necesario que permita construir el universo narrativo y escribirlo tal y como lo recordamos, que, si se quiere, ya viene inundado de poesía. El ejercicio de la escritura supone el valor enfrentarse también a los malos recuerdos, pues cuando se materializan en palabras, frases y relatos pierden peso y se transforman en otro tipo de ausencia.

Hago esta reflexión porque hoy me enfrento a la escritura de un nuevo texto, que ya es una novela y como es costumbre, viene desde mis nostalgias. Un entrañable amigo, un hermano, se cambió al otro barrio hace un par de años y desde entonces supe que debía escribir una historia que recogiera su historia. El asunto es que llevaba dos años tratando de darle forma, no solamente estética, sino buscando la manera de enfrentarme a los recuerdos que habíamos hilvanado juntos desde que estábamos en el colegio. En realidad, su pérdida ha sido una de esas que pueden catalogarse como irreparable, especialmente porque aún nos quedaba toda una vida por delante. Así que, para poder deshacerme de ese obstáculo, decidí matarlo desde la primera página porque sentí que era menos doloroso. Así que el ejercicio que realizo, trae al amigo desde los recuerdos de los personajes o desde narrador, teniendo siempre presente que ya no está vivo. También me ha llevado a escuchar las canciones que nos identificaban, como Hacha y Machete de Héctor Lavoe, que oíamos cuando la noche de Cali nos alcanzaba en el estanco, todo esto para recorrer la memoria y encontrarlo, para que me hable de lo que hablábamos, reírnos de lo que nos hacía felices, para recordar cuando llorábamos por nuestros dolores. No sé si todos esos recuerdos sobrevivan a las reescrituras posteriores de la novela, pero lo que sí espero que sobreviva, es la voz de mi amigo hablándome al oído.

Pasó mucho tiempo para que pudiera encontrar la forma de hacerle el mejor homenaje posible, a quien fuera mi hermano, y no sé si el ejercicio narrativo quede bien o no tan bien, pero lo importante, para mí, como escritor, es deshacerme de ese nudo en la garganta que desde hace mucho no me deja respirar. Espero de todo corazón que el homenaje esté a la altura de lo que fue él y lo que fue nuestra amistad. Espero también, que logre salvar este obstáculo, que ha sido uno de los más grandes y difíciles a los que me he tenido que enfrentar como hombre y como escritor, y llegar a buen puerto con esta historia.

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