La presencia de la mujer, como fuerza que impulsa la narrativa, ha permeado páginas enteras en todos los espacios y en todas las épocas de la literatura, desde el cantar del Mio Cid (1140) con la conocida y escabrosa Afrenta de Corpes, que narra pormenorizadamente la violencia hacía la mujer y, guardando sus proporciones, desde las Sagradas Escrituras, donde la figura de la mujer aparece como una fuerza reveladora a través de la exposición del coraje de una madre que logra soportar la crucifixión de un hijo y el de una prostituta a las que se resisten las piedras del oprobio.
La literatura contemporánea también se propone como un escenario que abre el telón para mostrar a una mujer cuya potencia ha dejado desvanecido, casi reducido a lo indivisible, un carácter sometido, una fragilidad expuesta y una inferioridad decantada por los estereotipos que la clasificaron como el sexo débil.
Y no es que se trate de reivindicar a la mujer en una historia que expone sin tibiezas el abuzo, el maltrato y la subestimación de la que ha sido víctima en una sociedad cuyas dinámicas de evolución a veces resultan tan tardías como injustas, se trata más bien de exaltar la fuerza que procede de su propia naturaleza.
De esta manera, hoy podemos ver cómo la literatura contemporánea propone textos que más allá de transmitir el grito liberador de la mujer como un eco que muchas veces se pierde con el tiempo, extrae de ella un sustrato cuya virtud y encanto proviene de todo ese universo interior infinitamente explorado, pero también infinitamente extenso y casi inabarcable donde conviven con la misma fuerza el orgullo, el amor, la maternidad, el coraje, la ilusión y la belleza.
Así, por ejemplo, vemos en Madolia, la novela del escritor Eduardo Otálora Marulanda (Premio Juan March Cencillo de novela breve 2012), cómo afloran en una anciana, con toda una vida sometida a la prostitución, los sentimientos más tiernos de una maternidad ajena y tardía, alimentando a una niña salvaje de ojos blancos. Nulfa representa el poder de una mujer que con sus tetas que emanan leche a borbotones, es capaz de saciar el hambre de todo un pueblo, de toda una nación si fuera necesario.
Madolia es una novela que deriva su fuerza narrativa de la figura femenina, no solo desde lo maternal sino también desde lo sexual, donde su cuerpo, antes de ser objeto de sometimiento por parte de los hombres, es su mecanismo más valioso de dominación y, hasta cierto punto, un instrumento de venganza.
“Pobres incautos –pensé–, pobres niños grandes y malencarados, llenos de cicatrices de las que se enorgullecen como si fueran trofeos robados de la muerte, pobres ellos que se jactan de ser agudos como ojo de felino, pobres todos ellos que hoy celebran bebiendo la lengua licuada de una puta vieja y gorda”.
Otra de las novelas contemporáneas que revelan la potencia del personaje femenino es Afuera crece un mundo, de la escritora Adelaida Fernández Ochoa. Esta novela, merecedora del Premio Casa de las Américas 2015, narra la historia de Nay de Gambia, una esclava aguerrida que lucha por la libertad propia y la de su hijo, Sundiata de Gambia, unida al ejército de Los Supremos , a los cimarrones y a los libertos del Cauca. Sin embargo, esa lucha no se reduce a unos esfuerzos que encuentran su fruto en una libertad de papel, sino en una libertad de asentamiento, raíz y origen en tierras africanas.
“Pero mi reino no es de este mundo, mundo raro, mundo de cadenas, inframundo, inmundo. Mi única libertad es el retorno. Si la esclavitud se fue construyendo de África a Nueva Granada, la libertad se recupera yendo de regreso”.
Nay de Gambia, un personaje que navega en los suelos subterráneos de María, la novela de Jorge Isaac, es un personaje cuyo impulso vital por un sueño de verdadera libertad, la llevan a desafiar los estándares del esclavo de la Nueva Granada del siglo XIX. Sabía leer, sabía escribir y gozaba de los placeres del sexo libre. En el trascurso del relato es posible ver al personaje en su condición de esclava, siempre desafiante, violenta, vengativa, muchas veces insolente y pretenciosa, pero generalmente arrastrada por un sentimiento de amor profundo hacía sí misma y hacía su hijo que la justificaban.
“No me he alejado de mí. La casa grande ha querido desviar mis ideales hacía los suyos; que yo derive alegría de sus blancas alegrías, sueños de sus realizados paraísos, que sea testigo sentimental de sus blancas vidas. Pero yo conozco mis goces propios y no quiero dejar de ser yo”.
Por otra parte, Mírame, la novela del escritor Antonio Ungar que narra la historia de un xenófobo francés que se enamora de una inmigrante paraguaya hasta el punto de la obsesión y el delirio, es otro ejemplo del aliento que cobra el personaje femenino en la historia, ya que Irina, una adolescente aparentemente frágil y vulnerable, es quien establece las reglas del juego que plantea el relato.
“Lo sabes todo, maricón lo sabes todo pero no has tenido los huevos para mandarnos a la policía, lo sabes todo, pajero, y si me quieres desnuda aquí me tienes, maricón”.
Tras la lectura y el análisis de las tres novelas anteriores, vemos cómo su desenlace no marcó un destino trágico para las mujeres que fueron destinatarias de la violencia, pero que no la toleraron, por el contrario, pudimos sentir la alegría que nos transmitió Nay de Gambia cuando pisó por primera vez tierras africanas, nos contagiamos del perrenque de Irina enfrentando al xenófobo francés, y nos conmovimos con la dulce transformación de Madolia en una niña que comenzaba de cero no solo a enfrentar el mundo, sino también a entenderlo.
Madolia, Irina y Nay de Gambia son tres personajes que definen con exactitud la fuerza narrativa que cobra el personaje femenino en la literatura contemporánea, que tal vez sin proponérselo, de alguna manera lo reivindica.
Lina Constanza Rojas Flórez