Antonio Ungar en Mírame y Juan José Ferro en El efecto Bilbao construyen su lector ideal, como estrategia textual, desde ángulos opuestos en el ring. El primero trama tácticas para que el lector se identifique con el personaje. El segundo maniobra para provocar lo contrario: distanciarlo del texto y hacerlo consciente de que éste es un dispositivo artificial. Ungar es de esos contendientes de MMA que se enzarza con el cuerpo del otro, arranca y escupe orejas en el ring. Y el público aúlla y vibra en sus asientos, como si fueran sus dientes los que aprietan y halan del cartílago. Ferro es de esos contendientes de lucha libre que se sube a las cuerdas y se lanza contra un cuerpo tumbado, se recompone, detiene el combate y anuncia que el deporte es una farsa.
Con tal propósito, en Mírame un europeo xenófobo escribe en primera persona un diario a partir del cual el lector ahonda en su interioridad. Mientras que en El efecto Bilbao un narrador en tercera persona se concentra en contar, a modo de informe, la cotidianidad de un arquitecto y su “amante”. Las comillas responden al intento de Ferro por diluir en la novela las categorías dentro de las cuales generalmente se encasillan las relaciones sentimentales.
Si hay algo en lo que difieren los autores es en la representación del cuerpo: otra estrategia de identificación en Ungar y de distanciamiento en Ferro. Ungar cuenta un romance tortuoso de un xenófobo que se resiste – aunque luego es vencido- al deseo por el cuerpo “sucio” de una joven inmigrante sudamericana. Insiste en descripciones pormenorizadas de sus encuentros sexuales; el lector conoce el color de los pezones de la chica, las posiciones en que es penetrada, las formas en que ambos gimen. En Mírame es la ciudad, incluso, una metáfora de un cuerpo que le abre las piernas a la avalancha de extranjeros que corrompe los viejos valores de la vieja República.
Ferro narra la rutina de dos amantes y evita a toda costa adentrarse en el encuentro sexual. Si acaso, menciona la palabra “coito” y declara “esta vez sí se acuestan”. Así, el lector constata que la vida sexual de los personajes es activa. Evita contar el recorrido de uno en el cuerpo del otro, pero narra sus paseos como flâneurs en New York, en los que contemplan edificios y puentes. Evita contar el roce de los labios y la lengua, el sabor de los besos, pero se detiene en el disfrute de los platos en sus múltiples citas para comer. Y en vez de las charlas “pueriles” sobre el amor y el deseo, los personajes hablan sobre su profesión. Esto es así porque El efecto Bilbao busca descentrar la atención en la pulsión amorosa para ubicarla en la pulsión por el éxito profesional.
Ferro acusa a Mírame de hipersexualizado: “Lo que eso demuestra es pereza y falta de imaginación del autor”.
Ungar contraataca: La xenofobia es el miedo al contacto (al contagio) de un cuerpo-otro y la forma de “curar” al personaje radica precisamente en el encuentro de los cuerpos. Sin embargo, el amor no lo salva… ¿Crees que Mírame es producto de la falta de imaginación? No hay forma más creativa de narrar la política migratoria que el entra y sale del sexo.
Ferro le asesta un golpe a Ungar: ¿Por qué es necesaria la identificación –la conexión emocional- con el personaje para narrar la xenofobia? Bien puedes establecer una conexión “racional” con el lector.
Ungar le hace una llave a Ferro: Es necesaria la identificación con el xenófobo porque permite reflexionar sobre la normalización de su discurso en la sociedad (cuando el lector se identifica de cierto modo con el personaje, se da cuenta de que en alguna medida su discurso está naturalizado). Es necesario explorar la interioridad del fanático fundamentalista, ahondar en el reverso de los discursos oficiales. (Piglia, entre el público, se pone de pie y los azuza con sus gritos). Si acaso hay una conexión emocional con el lector, esta es el origen de una reflexión política urgente.
Ferro, con un gancho derecho en la cara de Ungar, le saca el protector bucal: La literatura no es espacio para la política, sino para la estética. Por eso, en El efecto Bilbao a través del distanciamiento pongo a la vista cómo funciona el texto y sus mecanismos narrativos.
Ungar le responde con un golpe bajo: Todo discurso está politizado.
Pierre Bourdieu, entre los fanáticos de la pelea, salta en su sitio y los alienta.
Ambos se enzarzan y el árbitro los separa. Declara que Ungar gana por número de lectores y que Ferro gana por innovación en su propuesta estética.
En el camerino, mientras se limpian las heridas y se aplican hielo en las zonas inflamadas, reciben el dinero por el combate y ríen. Ferro, porque promete una historia de infidelidad en la que no da detalles sobre los encuentros sexuales. Y mientras ríe, recuerda las maneras en que dilata la elección de una forma de narrar la relación entre el arquitecto y su amante:
Ungar suelta una carcajada porque durante toda la novela le promete al lector la detonación de tres bombas que al final despacha en un par de párrafos. Entre la tos y la risa repite las frases con las que se anticipa al día de la detonación:
El público morboso, empapado en sudor, sale del estadio satisfecho por un combate memorable, pero se queja porque le habría gustado ver más piel en Ferro y más sangre en Ungar.
La narradora de la pelea, políticamente correcta y para evitar una posible demanda, notifica: Los personajes y hechos retratados en este enfrentamiento son completamente ficticios, aunque basados en las declaraciones de Ungar y Ferro en sus entrevistas, y en la deducción de sus posturas estéticas y políticas en El efecto Bilbao y Mírame. Cualquier parecido con personas verdaderas o con hechos reales NO es pura coincidencia.
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