Desde que mi hija nació, su madre y yo hemos tenido por costumbre de leerle historias antes de dormir. Este ritual me ha llevado a adentrarme en un universo desconocido para mí, a toparme con nuevas historias, nuevos libros que me han sorprendido gratamente, de hecho a nuevos formatos, en los que no había ahondado, como el manga japonés, en el que mi hija ha ido ganado experticia.
Ese ritual con el que ha crecido, ha ido cambiando también, pues cuando era más pequeña, le elegíamos los libros, pero desde hace un tiempo, ella escoge qué libros leer. Entre esa búsqueda, se nos cruzó un libro, que además de ser un gran ejercicio literario, nos deslumbró. Se trata de Las sombrías aventuras de Pinocchio, una versión adaptada por el escritor bogotano Luis Izquierdo, ilustrada por Julián R. Tusso y publicada por Calixta Editores.
Es una adaptación moderna en donde Geppeto, un carpintero transgresor y amante del punk, que anda en la inmunda tiene la grandísima idea de darle vida a una marioneta para hacer presentaciones en las plazas públicas y así, volverse millonario. Pero todo sale mal, Pinocchio resulta ser un fracasado con poco talento y termina metiéndose en líos con la ley, perseguido por un par de asesinos y uniéndose a un combo de amigos que quieren hacer de todo, menos ir a la escuela. Así mismo, existen un Grillo cantaletoso y un hada cadavérica que no hacen más que recriminarle todo lo que hace mal.
Sin perder de foco de la historia original, esta adaptación de Izquierdo, es amena y muy bien lograda, pues a medida que transcurren los capítulos, es inevitable no sufrir con Pinocchio, pues cada vez se mete en más problemas, aunque de todos ellos siempre aprende una gran lección. Es un relato cargado de humor, una tragicomedia moderna que a mí hija y a mí nos arrancó más de una carcajada y también logró entristecernos.
Mi hija se empecinó en que le comprara este libro, lo vio en una visita que hizo con el colegio a la Feria del Libro de Cali el año pasado, a finales de octubre, y cuando hicimos nuestra ronda habitual por el evento, fue el primero que escogió. Cuando lo hizo, sentí que había empezado a crecer o mejor que seguía creciendo, sin permiso, como suelo decirle a veces cuando la veo muy grande. Ella ha ido construyendo su criterio literario, su propia ruta literaria, que me ha ido mostrando cada vez que vamos a comprar libros o trae uno de la biblioteca escolar.
Nos demoramos cuatro meses en llegar al final, leímos la novela sin afanes, la disfrutamos y en muchas de las noches, tanto ella como yo, llegamos a soñarnos con los personajes de esta historia sombría, de mal entendidos y de lecciones que le sirvieron tanto a ella como a mí. Ayer cuando leímos la última palabra, guardamos un profundo silencio, de esos que suceden cuando se termina un buen libro. También surgió la necesidad inmediata de llenar el vacío, que deja el acabar una historia de arrullarse con una lectura nueva y quedarnos dormidos mientras pensamos en universos maravillosos, que se han convertido en un lazo que nos une.