Uno
Abilio Estévez se sentó a mi lado, sacó de su morral una caja metálica pequeña, la abrió y me ofreció una de las pastillas. Antes de estirar la mano, para no rechazar el ofrecimiento del escritor cubano, examiné el contenido de la cajita redonda, que tenía cinco grageas de diferentes colores y tamaños.
- Son para dormir- me dijo, y retiró la cajita, cuando vio que estaba a punto de tomar una.
Luego, depositó el contenido de la caja en la mano izquierda y de un solo tirón se las tragó con agua de la botella que también sacó del morral.
- De esas no te puedo dar, pero de estas sí- y me extendió un paquete de bolitas de chocolate, haciendo un gesto, que se me antojó, algo histriónico.
Abilio llegó a Bogotá el día anterior procedente de Barcelona para participar en la Feria del libro. Dejó La Habana hace dieciséis años y sólo regresó una vez, en 2008, para visitar a una tía enferma.
- Todo lo que me gusta de La Habana, lo tengo conmigo-, me dijo mirándome a los ojos y señalando, con el dedo índice de la mano derecha, el corazón.
Abilio es más bien pausado, tiene 62 años, camina como si lo hiciera por las calles de La Habana vieja, con esa costumbre que tienen los que nacieron junto al mar, de contemplarlo todo, sin alterarse, sin ocultar sus movimientos amanerados, como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si no pensara en el futuro, pasando por alto el embate de los tiempos modernos. Camina sin darle importancia a que está en una feria del libro como la de Bogotá, en la que los escritores actúan como estrellas de rock, en la que los groupies lectores los persiguen a donde vayan, y los periodistas los acechan como gallinazos para arrancarles una frase memorable que pueda convertirse en titular, en donde tienen que aguantarse filas interminables de gente para firmar libros o posar con una sonrisa desgastada para una foto, porque así lo exige el contrato con la editorial, porque así lo exige la fama. En la feria bogotana, Abilio aún está exento de ese tipo de shows, aunque en su país y en España es considerado uno de los últimos genios de la literatura cubana, junto con Leonardo Padura Fuentes. Solo me enteré de que estaría en Colombia, un par de días antes de su llegada.
Con ese trasegar pausado se subió de último a la tarima del auditorio. De último se sentó en uno de los sofás. Participaría en un conversatorio con otros cinco escritores de diferentes países de Latinoamérica sobre literatura y política y de último, la moderadora lo presentó, leyendo la solapa de uno de sus libros, titubeando un poco, tal vez por desconocimiento. Abilio, hasta en el escenario goza de una impecable libertad.
Dos
Creo, sino estoy mal, Roberto Bolaño fue quien dijo que la patria de los escritores era su biblioteca. Cuando Abilio Estévez dejó La Habana, tuvo que abandonar la suya.
- Cuando llegué a Barcelona, creí que no podría escribir nunca más. Llegué a una habitación que me habían alquilado, que tenía una camita y una mesita y nada más. No tenía ni un libro, y yo en La Habana tenía o tengo una biblioteca, porque hay alguien que la conserva allí, una biblioteca espectacular.
Ahora estamos sentados en la misma mesa, que fue dispuesta horas antes para que Fernando Vallejo firmara libros a sus cientos de seguidores, que muy animados, después de su repetida charla sobre la existencia de Dios y la clase política colombiana, compraron desesperadamente, en el stand de la editorial, y corrieron en estampida, a hacer la fila para que el autor del Rio del tiempo, estampara la también repetida firma en la primera hoja del libro.
Cuando esperaba a Estévez, pude ver cómo Fernando Vallejo se paró exhausto de aquella mesa, que habían encerrado en una carpa, como si el escritor fuera el gitano que predice el futuro o el esperpento del circo de fenómenos, por el que se pagan diez centavos para que se deje observar por unos segundos, escoltado por tres jóvenes, que le alcanzaron una botella de agua y que Vallejo bebió como si fuera la última en el mundo, con quienes compartió algunas sonrisas, mientras espantaban a los groupies literarios que querían una firma o una fotografía más.
Alejado de ese ciclón que persigue a los escritores exitosos como Vallejo, Abilio Estévez logra moverse con cierta libertad por la feria del libro, puede atender entrevistas sin tanto protocolo, visitar la oferta editorial, pasar desapercibido entre la gente y puede continuar, sin apuros, la historia de la biblioteca que se le quedó en La Habana.
- Yo casi llegué a tener la conciencia de lo que era estar exiliado, porque me acordaba de una cita, sabía de qué libro era la cita, sabía en dónde estaba ese libro, pero esa biblioteca estaba a miles de kilómetros de donde estaba yo y no me podía levantar a hacer así-, extiende la mano, y hace un movimiento circular, como si quisiera alcanzar uno de los libros de su biblioteca de La Habana-, pues porque no estaba allí.
Abilio Estévez se acomoda en la silla y guarda silencio por un momento, tratando de habitar de nuevo ese orden, que tanto le gusta y que aún extraña: Marcel Proust, Lezama Lima, Vargas Llosa, Onetti, William Faulkner, Carpentier, Virgilio Piñera eran los habitantes más visitados de su biblioteca.
- Muchos escritores del cinturón bíblico del sur de Estados Unidos estaban en esa biblioteca: Flanery O´conor, Capote, MacCullers, que se parecen mucho a los cubanos, porque son cultura de plantaciones con un componente negro, igual que en Cuba, y nosotros, aunque seamos blancos lo tenemos metido en la sangre.
El exilio parecía cobrarle un alto costo, la soledad en una ciudad como Barcelona, que lo alejó del mar Caribe y de los aguaceros tropicales y empezó a quitarle el sueño, lo llevó a entrar en una esterilidad literaria, como él la llama. Cuando aterrizó en la península, ya había escrito obras de teatro que le habían merecido el reconocimiento tanto en su país, como como fuera de él. Su libro de poemas Manual de las tentaciones, había sido exaltado con el premio de la Crítica cubana y el Premio Luis Cernuda en Madrid, ambos en 1989 y había publicado su primera novela Tuyo es el reino, que se convirtió en una de las obras más sólidas de la literatura contemporánea en la isla, según la crítica. Estévez llegaba a España como uno de los escritores más consolidados de América Latina, pero cuando se sentaba, en aquél cuarto de Barcelona, frente a su ordenador, las palabras no tocaban a la puerta.
- Eso fue muy doloroso, porque pensé, que después de cuarenta y tantos años no escribiría nunca más.
Entonces la editorial, que lo vio deprimido, le ofreció que escribiera un libro sobre leyendas de La Habana. Aceptó de inmediato y se internó en la Biblioteca de Cataluña, a buscar esos pasos perdidos, pero la historia tomó un rumbo inesperado, como casi siempre ocurre cuando las nostalgias se vuelven literatura. En 2004 publicó Inventario secreto de La Habana, un recorrido íntimo por las historias de esa ciudad, como Estévez la define, que nunca mira hacia el mar, un libro hermoso, que se mueve entre la autobiografía y la ficción, que le permitió recuperar la fuerza creativa.
- Ese fue un libro contra mi esterilidad literaria-, dice y sonríe.
Tres
- Me acuerdo muy bien, yo salí de la habana para Barcelona, con mi cuñada y mis dos sobrinas que eran niñas, la más pequeña, tenía 7 años-, dice Abilio Estévez, con su voz cubana, melódica, paciente.
- Debe ser desgarrador irse de esa manera, dejando todo tirado.
- Es difícil, pero allá no hay otra manera, para mí era imposible vivir allí.
Abilio Estévez certifica que su literatura no tiene nada que ver con la política. En el conversatorio en el que participó, aseguró que jamás en un libro suyo no aparece ni aparecerán escritas las palabras Raúl, Fidel y Castro. “Lo que pasa es que la hijo de puta política siempre me abre la ventana”.
En Tuyo es el reino, la trama transcurre en el preludio del derrocamiento de Batista y la posterior toma del poder por Fidel Castro. Esta novela es la historia de una extraña propiedad que se llama La Isla, que es la metáfora de un mundo que está a punto de desmoronarse, es una novela en donde el futuro ya pasó. Un lugar en donde la gente se tira al mar en balsas porque presiente que algo no muy bueno está por venir, pues algunos de sus personajes sienten que van a perder su libertad, un relato que adelanta un poco los deseos de Estévez de dejar a Cuba.
- Tú sabes que salir con niños de Cuba es muy difícil, y para colmo, cuando estábamos sentados en el avión, llamaron a mi sobrina más pequeña por el altavoz.
Los personajes de la literatura cubana están siempre en busca de la libertad, o de situaciones que los lleven a ella. En El reino de este mundo de Alejo Carpentier, por ejemplo, el negro Mackandal inicia la primera revolución de esclavos; en Ella cantaba boleros de Cabrera Infante, la cantante negra y gorda encuentra en la música un símbolo de la libertad; el detective Mario Conde, personaje de Leonardo Padura, en cada una de sus aventuras encuentra, siempre alguna razón para sentirse libre: el amor, los odios, mirar el mar o simplemente tomar ron con sus amigos de toda la vida; y por supuesto en Tuyo es el Reino, en donde los personajes sólo piensan en huir, como le ocurre a Vido, mientras busca desesperadamente una ruta de escape.
Hay que huir, no queda otro remedio, he sabido de buena tinta que esta tierra está comenzando a enfermarse, ya las estrellas se han ido apagando, y un rayo destruyó el sándalo rojo de Ceilán, no hay pájaros en los árboles y se desmoronó la casa de Consuelo. (…) Si tomamos hacia el norte, dijo Vido señalando el mapa, toparemos con cayo Hueso, si nos orientamos hacia el Noroeste, podríamos terminar en algún lugar de México, en cambio si nos orientamos hacia el Nordeste iríamos a dar a las Islas Canarias, o en el mejor de los casos a la mismísima Andalucía
Estévez asegura que la libertad en la isla es un anhelo con el que nacen todos y con el que muchos se acostumbran a vivir.
- Entonces yo me bajé con ella y fuimos hasta el puesto de la aduana, íbamos temblando del susto.
Y esa libertad, puede aparecer también cuando se escribe, cuando se crea. En ella no hay punto de inflexión. Pamuk, el nobel turco, ha dicho que su imagen de la literatura es un hombre solo en un cuarto lleno de libros, un hombre que posiblemente alcanza su grado de libertad en esas lecturas, como le ocurrió a Don Quijote cuando se dejó llevar por el universo de las novelas de caballería o como le ocurrió a Abilio cuando estaba sentado en la mesa de su diminuto cuarto de Barcelona revolviendo recuerdos y la biblioteca de Cataluña buscando las historias de La Habana.
- Pero no era nada. El asunto fue que al funcionario de la aduana se le había olvidado sellar el pasaporte. Fue un susto horrible, pero finalmente pudimos viajar a encontrarnos con mi hermano, el padre de las niñas que estaba haciendo un doctorado en Palma de Mallorca y nunca más volvimos.
Cuatro
Cuando terminó el conversatorio, se bajó del escenario y se paró a mirar a la nada, como concentrándose en un punto fijo. Tal vez las pastillas que tomó para irse a dormir, empezaban a tener efecto. Su cara mostraba signos de cansancio. Se colgó el morral en la espalda, con una parsimonia que le hacía reverencia a la pereza, alejada de todo acto histriónico.
Con desenfado, lo acompañé a atravesar el auditorio, que estuvo casi vacío durante la conferencia. Nadie lo saludó y ningún tipo del staff vino a cuidarlo. Seguí sus pasos, un tanto despreocupados hasta la salida, en donde revisó los libros de los escritores que lo acompañaron en el panel, que se exhibían en una mesa. Los de Abilio no estaban allí.
Las novelas, las obras de teatro y los poemas de Abilio Estévez poco atraviesan el Atlántico para llegar a Colombia. Desde que un viejo amigo, apasionado por la literatura de las costas Pacífica y Caribe me lo recomendó, hace poco más de dos años, empecé a seguirle la pista y sólo he logrado conseguir Inventario secreto de La Habana y Tuyo es el reino. Lo demás, los poemas y las obras de teatro las he encontrado fragmentadas en internet o en la biblioteca Luis Ángel Arango. He ido a las librerías grandes y pequeñas, a las de viejo y en algunas, su nombre ni siquiera está en el sistema. Es como si fuera un escritor secreto.
- La verdad, a los que no vendemos mucho, no nos distribuyen tanto, pero igual voy a poner la queja a la editorial-, me dijo en voz baja.
Mientras caminábamos rumbo a la mesa que había dejado huérfana Fernando Vallejo, me preguntó sobre cómo lo había encontrado, le conté sobre la referencia de mi amigo, que en realidad fue uno de mis profesores de literatura que más he apreciado y él, empezó a hablarme de Virgilio Piñera, a quien conoció cuando entró a la Universidad a estudiar Lenguas y literatura hispánica en La Habana, y como si devolviera el tiempo, el entusiasmo volvió a su rostro, al igual que los ademanes teatrales.
- La primera vez que lo vi, yo tenía trece años. Yo ya había empezado a escribir, hacía unas biografías de gente que me inventaba. Cuando entré a la universidad, tenía 21 y él unos sesenta y tantos. Ya era una figura consagrada pero estaba en una especie de muerte civil, porque desde el 68 no se le publicaba, no se le representaba teatralmente, no se le hacía ningún caso, no pertenecía ni siquiera a la unión de artistas de Cuba, pues encontrarme con ese señor, en esas circunstancias tan difíciles y que además siguiera escribiendo, me pareció una cosa sorprendente, fue como un segundo nacimiento. Date cuenta que él no escribió nunca más hasta que se murió y dejó ocho libros inéditos. La fe literaria que hay que tener para hacer eso, debe ser muy grande.
Cuando llegamos a la mesa, se acomodó en la silla y me ofreció que me sentara en otra que estaba al frente. Seguía recordando a Piñera, su maestro. Comprendí que hablaba de él para hacerle un homenaje, su homenaje en la feria del libro de Bogotá, en el que el único asistente era yo. Y habló con un entusiasmo inusitado, del hombre que lo acercó a la literatura, que le abrió el camino, del hombre que se tomó el tiempo para dedicarle dos poemas: El Tesoro y Los Pasos, en donde le vaticina que todos lo leeremos, que será un escriba inmortal y todo para ese auditorio, sin tarima y con una sola silla, tan absurdo como la literatura de Piñera. Y el homenaje a su maestro no solo estuvo en lo que dijo, sino en la alegría con que lo dijo, con una voz más cubana de la que utilizó sobre el escenario, mientras hablaba de política y literatura, y en los ademanes que utilizó, movía las manos en todas las direcciones y señalaba con vehemencia todos los rincones del inmenso pabellón y se vio más femenino que antes y pareció salirse del tiempo y del espacio, pero eso no importó, porque estaba rescatando a su maestro de las arenas del olvido.
– Mira, yo, si algo bueno o malo he hecho en literatura se lo debo a Virgilio Piñera- dijo para terminar el homenaje, y su rostro volvió a cansarse.
– ¿Ahora sí, de qué es lo que quieres que hablemos? – dijo, y sonrió.
Cinco
La imagen de Fernando Vallejo escapando de sus fans vuelve a cruzarse por mi pensamiento. Antes admiraba sus discursos apocalípticos, luego empecé a entender un poco, que el Vallejo oral era un simple personaje atrapado en el cuerpo de ese hombre cansado que se ve obligado, no solo a repetir el mismo discurso cada año en la feria del libro, con pequeñísimas actualizaciones, para satisfacer a los cientos de seguidores que hacen fila a las afueras del auditorio más grande de Corferias. Y pienso en la libertad de ese hombre, que camina a toda velocidad, cabizbajo, tratando de escapar de un mundo que le fue concebido por su talento y creo que tal vez lo único que quiere es volver a su casa, que debe estar llena de libros y de perros, para sentarse a leer y escribir.
Y pienso también en la libertad del hombre que tengo al frente, que al igual que Vallejo y que todo aquel que haga literatura, está en sentarse a escribir. En Cuba Abilio Estévez se sintió asfixiado por el régimen. En el conversatorio dijo que envidiaba un poco los países de sus compañeros escritores, porque siempre había cambios, por lo menos de nombres. En Cuba siempre está el mismo, dijo.
Estévez asegura que la libertad en Cuba empezó a ejercerse, en un momento determinado, a nivel sexual, a nivel del cuerpo que busca otro cuerpo, según él, era el único lugar que no estaba politizado en su país.
- Ellos no podían llegar a decirte fóllate a esta mujer porque es del partido.
Pero esa libertad se debía ejercer a escondidas, en los cuartos, una libertad íntima, en un país en donde, según él, te estaban agrediendo ideológicamente todo el tiempo.
- Aunque ahora se las den de muy abanderados de la anti homofobia, en Cuba hubo una época que fue muy dura para los homosexuales.
Abilio se acomoda en la silla y para explicarme mejor los días de aquellas represiones me cuenta que en su juventud estuvo a punto de ser condenado a un año de cárcel, porque fue acusado de estar haciendo escándalo en la vía pública.
- Yo estaba hablando con un amigo, en la calle y llegó la policía y nos detuvo. Pero no estábamos haciendo nada, ni íbamos a hacer nada, porque era mi amigo, además no me gustaba-, dice con vehemencia.
Y vuelve a venir Vallejo a mi memoria y entonces me pregunto si él es un hombre libre.
Seis
- ¿Hace cuánto tiempo tomas pastillas para dormir?
- Ya ni me acuerdo, hace mucho tiempo.
- ¿Qué es lo que más extrañas de La Habana?
- Los aguaceros tropicales, fuertes, violentos
- ¿se puede vivir de ser escritor?
- No, es muy difícil, solo escritores Como Vargas Llosa, pueden hacer eso. Estoy loco por ver si en Barcelona, consigo un trabajo de sastre, o si me dedico a Cartero, para ver si tengo el dinero apropiado en momentos apropiados.
Abilio Estévez se levanta de la silla, agarra el morral negro y se lo echa en el hombro, me estrecha la mano y veo que es una mano enorme y antes de que se vaya, le hago la última pregunta.
- ¿Y cuándo te sientes libre de verdad?
- Cuando hago novelas, porque es un espacio de libertad tremendo, ahí no me reprimo, puedo irme a muchos lugares, porque puedo escribir mil páginas.
Lo veo alejarse con su trasegar paciente, por el mismo camino que tomó Vallejo cuando escapabade sus fans, va sin escoltas, sin preocuparse por saludar a nadie, cruza la puerta y se pierde en la noche, el escriba inmortal que millones de ojos ávidos leeremos.