‘Yo confieso’, una audionovela en El Espectador

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El Espectador lleva varios meses apostándole a los formatos audiovisuales para ampliar el alcance de sus contenidos y hacerlos mucho más diversos. Ahora, desde la sección de cultura del periódico, le apostaron a la creación de una audionovela para recuperar la memoria de aquellos años en que se sintonizaba la radio para escuchar y seguir la historia […]
Comunicadora social de la Universidad del Valle, especialista en comunicación estratégica de la Universidad Sergio Arboleda y magíster en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.

El Espectador lleva varios meses apostándole a los formatos audiovisuales para ampliar el alcance de sus contenidos y hacerlos mucho más diversos. Ahora, desde la sección de cultura del periódico, le apostaron a la creación de una audionovela para recuperar la memoria de aquellos años en que se sintonizaba la radio para escuchar y seguir la historia de novelas que se pensaban para este tipo de medios. KalimanEl derecho de nacer y Hogar, dulce hogar.

Ahora el periódico, con la audionovela Yo confieso se adentra en la historia del Padre Andrés y de Lucrecia Sandoval. Unas plumas estilográficas que guardan una información relevante es el elemento elegido por el destino para volver a unir a dos seres obstinados, macabros, inteligentes como todo villano para hacer del mal la mejor de las estrategias y la más grande de las obsesiones.

“Cuando decidimos hacer una audionovela, pensé en el tema y recordé una vieja columna que había escrito años atrás y que era sobre un sacerdote que recibía dinero de una señora que le había confesado que su hijo era de su hijo. Eran amantes el hijo y la señora, cuyo nombre era Lucrecia Sandoval. Quise contar esa historia y empecé a escribir y se me fueron ocurriendo otros asuntos. Lo único que quedó de aquella columna fueron los nombres de los personajes y algo de la época en la que transcurre la historia”, menciona Fernando Araújo Vélez, autor de Yo confieso.

Una Bogotá avasallante, que había dejado atrás su aspecto de “Atenas sudamericana” y pasó a ser una ciudad que devoraba y sigue devorando a sus habitantes en un ritmo frenético— que guarda secretos en sus mercados tan parecidos a los gitanos, que esconde vidas y acciones aterradoras—, son las que terminan de sumergir a Andrés Eugenio Santacruz en una realidad que no era la prometida por la Biblia, que se alejaba de la comodidad de los que predican la humildad mientras los bordes de sus iglesias siguen enchapadas en oro.

Son tiempos en los que todo se reúne en los celulares y la tecnología. El mundo que importa parece ser el que encierran las 10, 11 o 12 pulgadas de estas cajas que hicieron aún más inmediato el tiempo. Y no abandonar la literatura y las artes requiere también llevar estas manifestaciones a formatos en los que se recuerde que por medio de audios también se puede conocer una obra escrita, que por medio de los sonidos que hacen parte de nuestra cotidianidad se puede construir todo un escenario que haga sentir al oyente en el instante que se está narrando. Todos los efectos de sonido y cada palabra se miden para que la historia sea natural, sea para el ciudadano, para el que va en el transporte público o en su bicicleta y quiere hallar ese espacio que lo aparte por unos minutos de las angustias del día a día y de la ira que provoca la mezquindad y la ley del “yo voy primero”. Yo confieso es una audionovela que le apuesta a eso, a que muchos revivan lo vital de la curiosidad y sepan que los primeros contenidos de este tipo de formatos surgieron hace 100 años, que primero se llamaron radioteatros y luego radionovelas, que Londres y Buenos Aires fueron pioneros en este nuevo modelo narrativo y que al llegar a la mitad del siglo XX estas ideas aterrizaron en nuestro país tras haber hecho un recorrido por América Latina.

La culpa, el arrepentimiento, el perdón, el absurdo de la vida. Esta audionovela esconde ese lado existencialista de quienes confrontan sus errores, sus contradicciones y sus desilusiones. Los personajes que allí surgen son producto de una ficción que tiene sus bases en los lados más humanos de nuestra condición, en la avaricia, en la mentira a la que muchos acuden para salvarse y resguardarse. Las alusiones a Herman Hesse, a Friedrich Nietzsche, a los boleros que se hicieron con más literatura que música, al Ave María de Haendel son brújulas de un tiempo pasado, de unos sonidos y unas frases que pueden cambiar la manera en que vemos el cielo y el mundo al día siguiente. La apuesta del periódico, que nace en la sección de cultura y en otros periodistas que hacen parte de la redacción por recrear personajes de múltiples partes de Colombia no es otra que reafirmar el compromiso con el arte, con creer que es mejor hacer algo que no hacer nada, a confiar en las nuevas voces, en nuevas ideas, en nuevas intenciones que propenden por abrir debates y recuperar esa sana costumbre de dialogar en torno a temas que conducen a laberintos nunca antes habitados de nuestra moral y de nuestro pensamiento. Yo confieso es entonces un nuevo propósito por acercar la literatura a nuevas audiencias, como lo hacían los diarios de finales del Siglo XIX, publicando novelas por capítulos en sus páginas. Por acercar las letras, con sus sonidos y su música a nuevos públicos que quieran adentrarse en el relato de un padre que reafirmó su humanidad en los pecados y que desinfló los aires de la pedantería en los ratos en que se fumaba un cigarrillo mientras caminaba por las calles del norte de Bogotá y aceptaba que su vida tenía más arenas movedizas que tierra firme.

Escuche el capítulo 1 y 2 aquí.

Escuche el capítulo 3 aquí.

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