Un mundo Huérfano y Madolia: lo extraño y el lenguaje, por Laura Sophia Rodríguez G

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Este texto pretende comparar dos novelas colombianas contemporáneas, intentando ver sus puntos de conexión y los matices que hay en ellas o las diferencias, incluso en sus semejanzas. Para esto, se dividirá el trabajo en tres partes: la caracterización y reseña de cada una de las novelas y finalmente la comparación. Madolia Madolia de Eduardo Otálora es una […]
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Un mundo Huérfano y Madolia: lo extraño y el lenguaje

Este texto pretende comparar dos novelas colombianas contemporáneas, intentando ver sus puntos de conexión y los matices que hay en ellas o las diferencias, incluso en sus semejanzas. Para esto, se dividirá el trabajo en tres partes: la caracterización y reseña de cada una de las novelas y finalmente la comparación.

Madolia

Madolia de Eduardo Otálora es una novela que combina el lenguaje y lo extraño, lo surreal, para crear imágenes y sensaciones en el lector. Se trata de apasionar y extasiar (sacar del cuerpo) al lector con un lenguaje de frases largas que conectan una tras otra imágenes donde tiene lugar la historia de la niña-demonio Madolia.

Dentro de la novela los personajes se difuminan con el puerto, con el país que, estando a punto de morir o viviendo en una muerte constante, llena de violencia, violaciones, sexo y muerte, renace en “una paz blanca” —como dice la dueña del prostíbulo donde nace, crece y es devorada Madolia—, renace en blanco, un blanco espeso que el lector puede percibir y con el cual asiste al rejuvenecimiento de los personajes, mientras Madolia bebe sin parar de la teta de la prostituta más vieja, Nulfa.

Sin embargo, lo interesante de Madolia no es solo su historia y sus personajes, sino el conjunto que se compone con la construcción del contexto a partir del lenguaje y el extrañamiento del mundo (ese país y puerto que no tienen nombre), el cual se cuenta sin ningún titubeo ni temor. En Madolia, lo extraño, lo mágico e inexplicable son el mundo y no se cuestiona. Los personajes no se preguntan ni se asombran con lo que les pasa. Ellos viven y exigen de ese mundo lo que puedan obtener. Ahí radica la fuerza de la narración: en el lenguaje y el extrañamiento, porque el lenguaje conecta una imagen tras otra, a los personajes entre sí y con su mundo, y no permite ni a los personajes ni al lector detenerse a
pensar en lo extraño del mundo, sino que lo hace vivir, entrar en éxtasis y así exigir más —sin poder dejar de leer o vivir—.

Un mundo huérfano

Un mundo Huérfano de Giuseppe Caputo está dividido en seis capítulos y en cada uno Caputo plantea un manejo evidente del tiempo de la narración (a través de separaciones tipográficas va de pasados a presentes del personaje), temas distintos en cada capítulo y un lenguaje que construye la tierna relación entre un padre y un hijo que habla de orfandad y compañía.

Ambos han sido desamparados por el mundo en el que viven (uno que no tiene nombre), arrinconados entre la ciudad, el mar y el cielo, y con la presencia constante de la noche y la oscuridad; arrinconados y abandonados porque son pobres que viven a las afueras de la ciudad donde no llega la luz; arrinconados y abandonados donde la pobreza hace que el padre se olvide de sí y de su hijo por las constantes derrotas; abandonados porque la violencia es tan presente en su rincón que los pocos que vivían en su barrio se van, luego de una masacre en donde decoraron el barrio con los cuerpos de los homosexuales que bailaban en los bares del barrio; y, finalmente, despojado y huérfano queda el protagonista cuando se enfrenta a la muerte de su padre.

Sin embargo, la novela también muestra la compañía y solidaridad de las relaciones que se tejen en la noche y la oscuridad. Allí el padre y el hijo se tienen el uno al otro y se recrean en el mar, en su casa y en el arte que el padre hace en ella. También están Los Peluquines, Olguita y Ramón-Ramona quienes los apoyan y cuidan, quienes también se cuidan y entretienen los unos a los otros. Asimismo, estas relaciones se ven sobrecogidas por el mundo anochecido que las pinta de nostalgia.

Y por los contrastes que hacen parte de él. Del mundo extraño que los ha desamparado, un mundo en el que las luces de la ciudad son anheladas, un mundo donde La Ruleta o El Laberinto pueden plasmarse sin que parezcan fuera de lugar, aunque incluso allí el mundo mate al diferente y lo violente.

En todo caso, las relaciones y el mundo extraño se construyen con el lenguaje del narrador y el uso del tiempo de la narración. Por un lado, el lenguaje es específico y riguroso a la hora de hablar de los personajes, solo hay que ver el nombre de Ramón-Ramona o Luna, él y ella; también, es descarnado con las acciones y descripciones sexuales, la masacre, el abandono, la noche y las luces, consiguiendo, de este modo, resaltar lo trágico de los personajes y las situaciones que viven o lo real que se vuelven las muertes, los actos fisiológicos y el sexo que aparecen con una fuerza que no es patética ni abrumadora. Es un lenguaje de oraciones y frases cortas, específico y descarnado que por su sencillez revela el
mundo y su abandono, la orfandad en que deja a todos, pero en especial a este padre e hijo.

Comparación: el lenguaje y lo extraño Habiendo caracterizado y reseñado los aspectos más relevantes para esta comparación, se pasará a mostrar cuáles son las conexiones que se quieren plantear entre las dos novelas, a través de dos aspectos: el lenguaje y lo extraño.

Como se mostró en la primera parte de este texto, las dos novelas conjugan el lenguaje y un mundo extraño (uno más que otro, tal vez), y dentro de este sus personajes se ven relacionados y construidos por las reglas que imponen el lenguaje y el mundo. En todo caso, aunque tengan como relación estos dos principios de construcción y sean unas de las cosas más interesantes de las propuestas de las novelas, ambos consiguen efectos distintos porque tienen un planteamiento diferente.

Por su parte, Madolia, basa su propuesta en el enrarecimiento del mundo y de la trama conectándolos a través del lenguaje. Un lenguaje que, como ya se dijo, es de frases largas, continuas, con imágenes que se siguen sin descanso. De este modo, la novela muestra su planteamiento: la exploración del lenguaje y de las imágenes (en un mundo lleno de olores, sexo, violencia y blanco y rojo, pero un blanco y rojo espeso, lechoso y sangriento) para que se constituya el mundo surreal, que es tan real y vivo. En esta novela, el lenguaje es el que toma relevancia sobre la trama y los personajes (aunque estos siguen siendo importantes, en tanto tienen que “jugar” en ese mundo) y es el que lleva al lector y a los personajes al éxtasis o la lectura ininterrumpida y sin descanso de un mundo que aparece tan vívido y tangible.

Cuando Lianca abrió la puerta nos embistió una fragancia tan poderosa que convirtió sus celos en ganas de abrazar las rodillas de Lotario y chuparle el deseo, en ansias de enredar la cara de Calixto entre sus piernas y darle de beber de su placer, en manos ávidas de sujetar la verga de ese monje que fue viejo, en amor por ese cuerpo de niña que se abría al mundo. Los clientes que me seguían también amaron ese perfume y nos rodearon como una ola en una noche de tormenta (…). (Otálora 126).

Por otra parte, en Un mundo huérfano el lenguaje también construye el mundo, y el mundo es el que dicta las reglas que imponen el desamparo, el desenfreno, la violencia, la pobreza, la noche y la luz que los hace más conscientes de la nostalgia y de lo que pierden y no tienen, que agobia a los personajes y, hasta cierto punto, rige sus relaciones. Sin embargo, la propuesta del lenguaje no es la de crear imágenes que lleven al éxtasis (como en Madolia), sino descarnar ese mundo y construir a los personajes. En Un mundo huérfano el lenguaje y el mundo constituyen y les dan protagonismo a los personajes, a sus relaciones y a sus descubrimientos con el contexto que los ha hecho huérfanos.

En esta novela el lector no entrará en éxtasis con las imágenes ni se dejará llevar por el lenguaje —como sí sucede en Madolia—, porque está planteado para que se vea al mundo descarnado, despojado de recubrimientos. También, aunque lo extraño sea omnipresente, el lenguaje y su propuesta temporal lo que construyen son escenas donde se ve a los protagonistas interactuar, cumplir acciones y sobrellevar el mundo: son una puerta al pasado y presente del hijo y su padre en un mundo huérfano. El lenguaje y lo extraño constituyen y buscan revelar a los personajes, no a sí mismos.

—Yo iba a presentarme. Me amarraron —dice, y se soba las muñecas—. Me golpearon. Me dijeron: “Denos gracias por dejarla viva”. Luna sigue llorando y… ¿Cuántas noches han pasado? Dos, solamente dos. Pienso en pasado lejano, para alejar esa noche de mí. (Caputo 35). En conclusión, las dos novelas toman el lenguaje y lo extraño (un mundo fuera del nuestro). Una para jugar, deleitar y avasallar con ellos, subordinando todo lo demás y revelándolos como el pilar; la otra para reconstruir a los personajes, sus relaciones e interacciones en el mundo extraño que los avasalla y vuelve huérfanos.

Bibliografía

Caputo, Giuseppe. Un mundo huérfano. Bogotá: Penguim Random House Grupo Editorial, 2016. Print.
Otálora, Eduardo. Madolia. Valencia: PRE-TEXTOS, 2013. Print.

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