Una sensación extraña

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A veces los lectores tenemos la suerte de encontrarnos con libros que nos provocan un sinnúmero de sensaciones y nos hacen saltar de la cama (los que leemos antes de dormir), o cerrarlo bruscamente en el escritorio (los que tenemos un escritorio para leer) o simplemente estrellarlo contra la pared, porque no podemos continuar con esa vida que nos están contando. O simplemente, como ocurre cuando vamos a cine o teatro, no aguantamos y sentimos la necesidad imperiosa de llorar.
Escritor y periodista. Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle, magister en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Bogotá.
Una sensación extraña

A veces los lectores tenemos la suerte de encontrarnos con libros que nos provocan un sinnúmero de sensaciones y nos hacen saltar de la cama (los que leemos antes de dormir), o cerrarlo bruscamente en el escritorio (los que tenemos un escritorio para leer) o simplemente estrellarlo contra la pared, porque no podemos continuar con esa vida que nos están contando. O simplemente, como ocurre cuando vamos a cine o teatro, no aguantamos y sentimos la necesidad imperiosa de llorar.

Esto nos ocurre a menudo, o por lo no menos a mí, y agradezco al dios de la lectura, como se agradece al cielo cuando rompe en lluvia en épocas de intenso verano, cuando una historia despierta en mí esas sensaciones inesperadas, y entonces no me queda más remedio que saltar de la cama y sin vergüenza,  ponerme a llorar y esto lo digo porque, gracias al azar y a la recomendación de un muy buen amigo lector, me embarqué en la lectura de la última novela del turco Orhan Pamuk, Una sensación extraña, un viaje de más de seiscientas páginas en donde acompañamos a Mevlut, un humilde vendedor de yogurt y boza callejero, quien viaja a Estambul, a sus 12 años, con su padre (también vendedor de boza y yogurt en las calles de Estambul), para buscar una vida mejor.

Y en ese viaje por las calles y la historia de Estambul, acompañamos a Mevlut, un tipo inocente y bienintencionado por sus amores, negocios (que por demás fracasan constantemente), conocemos su historia familiar, sus amistades y vemos cómo la capital turca cambia de forma abismal a mediados del siglo XX y a principios del XXI. Debo confesar que le hice una fuerza inaudita para que las cosas le salieran bien  y se me desgarró el corazón cuando las tragedias empezaron a envolverlo. Y en ocasiones quise decidir por él en sus negocios, aconsejarlo para que los aceptara o no, hasta que me daba cuenta de que sólo estaba invitado a ser un espectador de la vida de ese humilde vendedor de boza callejero.

Pamuk nos agarra del cuello y nos mete en el alma de Mevlut y no queda más remedio que seguir sus fracasos, sus ilusiones y las pocas alegrías que tiene a través de esas páginas. Lo acompañamos en su pobreza y en su incapacidad de sacar las pequeñas ventajas que la vida le ofrece constantemente, para vivir una vida mejor con su esposa y sus hijas.

Una sensación extraña, es también un coro de voces en donde los personajes cuentan su historia y mal hablan de los demás y dan, por supuesto, su percepción sobre esa ciudad que les ofrece una nueva vida, a un costo muy alto y conocemos de primera mano sus filiaciones políticas y religiosas y lo que piensan del pobre Mevlut.

Pamuk, en esta obra, logra hacer lo que solo hacen los escritores admirables como Cervantes o García Márquez, mostrarnos en sus novelas un mundo a través de una vida o de muchas vidas, de personajes, que no nos damos cuenta, en qué momento se vuelven entrañables.

Por Gustavo Bueno

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