Los caminos de Luis Tablanca

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Hay lugares en donde el pasado parece mantenerse vivo y el tiempo no suele transcurrir. Lugares que esconden un volcán bajo el frio y todo parece estar siempre en calma. Así tal vez es  El Carmen, Norte de Santander, un municipio enclavado en las montañas de El Catatumbo, de calles empedradas y casas construidas en bahareque, que desde la violencia bipardista ha sufrido los rigores de la guerra.
Escritor y periodista. Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle, magister en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Bogotá.
Los caminos de Luis Tablanca
Imagen tomada de www.mapio.net

Hay lugares en donde el pasado parece mantenerse vivo y el tiempo no suele transcurrir. Lugares que esconden un volcán bajo el frio y todo parece estar siempre en calma. Así tal vez es  El Carmen, Norte de Santander, un municipio enclavado en las montañas de El Catatumbo, de calles empedradas y casas construidas en bahareque, que desde la violencia bipardista ha sufrido los rigores de la guerra. Allí nació Enrique Pardo Farelo, más conocido como Luis Tablanca, el 11 de diciembre de 1883. Allí, en medio de esas calles coloniales protegidas por la montaña que vigila el pueblo, distinguida  por sus habitantes como el Monte Sagrado, forjó su vida y obra.

Tablanca, como muchos de los que se hicieron intelectuales en Colombia en aquella época convulsionada, no fue a la universidad y prefirió establecer sus años de aprendizaje en la biblioteca de los hermanos Jácome Niz, con quienes se empleó en Ocaña. Allí comenzó su formación autodidacta y esto combinado con su privilegiado talento, hicieron de él uno de los personajes más importantes de la región.

Hacia 1910 viajó a Bogotá en busca de mejores oportunidades y logró abrirse espacio escribiendo en El Espectador, El Tiempo y la revista Cromos en donde fue cofundador. Sus cuentos y especialmente su crítica literaria despertaron la admiración del círculo cultural bogotano, en donde se hizo entrañable amigo de Eduardo Santos, Agustín Nieto Caballero y Alfonso López. Su artículo sobre La Vorágine de José Eustacio Rivera, fue uno de los más alabados en su momento.

Pero hay lazos indelebles que se convierten en responsabilidades insoslayables. Y las de Tablanca estaban en su pueblo. Así que más temprano que tarde decidió volver a El Carmen, donde, además de escribir, ocuparía todos los cargos públicos que le fueron posibles. Fue alcalde, secretario, tesorero y desde allí, su obra no quedó en los lugares de la ficción sino que trascendió al espacio real. Tablanca impulsó proyectos de cultura ciudadana, construyó la alcaldía, fundó un hotel, rehízo el parque principal, abrió una fábrica de velas, en donde empleó a casi todos los carmelitanos, construyó puentes para mejorar la comunicación del municipio y dejó implantado en la memoria genética de los carmelitanos la decencia y las buenas costumbres.

También fue secretario de Hacienda de Norte de Santander, durante un par de semanas,  en 1930, pues no soportó la burocracia y la corrupción que paseaba descaradamente ante sus ojos. Estas vicisitudes las narraría después en su novela más memorable Una derrota sin batalla, publicada en 1935, a través de los pasos de Juan de Ayala, su álter ego. La obra de Tablanca  de corte costumbrista, sería pionera en abordar la realidad política en Colombia. El escritor e investigador literario, Fernando Ayala Poveda, señala que con esta novela “se revela el perfil político de los años treinta y, en sí, de la dirección de los partidos, de sus pugnas y sus muertes. Luis Tablanca deja un testimonio ya hoy en día suficientemente trabajado sobre los zafarranchos entre los dirigentes”.

Sobre su primera novela, Tierra encantada (1926) el crítico el crítico Ciro Alfonso Lobo-Serna afirma que aunque, si  bien no desarrolla todos los cánones del costumbrismo, pues que se queda apenas en lo que algunos llaman  realismo local , interpreta muy bien la psicología popular de un pueblo que, hasta hace pocos años, estuvo bastante unido al ancestro colonial genuinamente español”. Esta novela aborda el trasegar de los días en un pueblo de la región ocañera. Además de la crítica literaria y las novelas anteriormente mencionadas, publicó los libros Cuentos sencillos (Madrid, 1909); Cuentos fugaces (España, 1917) y La flor de los años (poesía) (Bogotá, 1918).

En ocasiones la vida y la obra son una misma y es imposible separarlas. Tablanca creó una obra para contar no solo su vida, sino la de su pueblo, que era toda su vida. Aún hoy por las calles empedradas de El Carmen parece caminar su espíritu y la gente lo recuerda como un agradecimiento profundo que cualquier escritor o político envidiaría. En el parque central, se erige un monumento en su honor y aunque su obra tal vez solo llegue hasta Ocaña y no supere las montañas de El Catatumbo, el legado de Tablanca, o de don Enrique, como lo nombran, se mantiene latente en el pensamiento de los carmelitanos. Tablanca murió en El Carmen el 1 de junio de 1965.

Por Gustavo Bueno

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