‘Temblores. Distorsiones. Contusiones.’ por Andrés Ramírez Mejía.

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Fueron días extraños, de esos donde las distorsiones se pegan a la planta de los pies, suben por las piernas, escalan el tronco y llegan al cerebro en forma de flashes que escupe una cámara fotográfica díscola y vieja. La noche anterior caminaba por las ruinas de un centro comercial, acto insólito por donde se […]
Comunicadora social de la Universidad del Valle, especialista en comunicación estratégica de la Universidad Sergio Arboleda y magíster en Gestión Pública de la Universidad de los Andes.

Fueron días extraños, de esos donde las distorsiones se pegan a la planta de los pies, suben por las piernas, escalan el tronco y llegan al cerebro en forma de flashes que escupe una cámara fotográfica díscola y vieja. La noche anterior caminaba por las ruinas de un centro comercial, acto insólito por donde se mire, en estos tiempos, los centros comerciales son reliquias mohosas que pocos visitan.  En una de las vitrinas vi un maniquí que estaba vestido de forma antigua, con una parca gris raída, con un jean ajustado de color negro, con una camiseta de: “The Prodigy” y unos Nike Jordan. Al otro día, no recuerdo cómo, aparecí con la ropa del maniquí en la sección 27 de la cadena de producción, lugar donde trabajo desde que retornó el Comunismo. El primer sacudón se produce a las 11:06 a.m., lo recuerdo porque a esa hora empieza la proyección de “White Zombie” y la figura de Béla Lugosi se posa sobre el reactor 9. La película fue interrumpida por una transmisión en vivo y en directo, en la que el presentador informó que el temblor había tenido una magnitud de 2.5 en la escala de Richter y una duración de 10 segundos; eternidad de las eternidades para alguien que como yo; se encuentra con el miedo espeso cuando se agita la tierra.  Me percaté de que traía la misma ropa en “El Horno”, no me molestó la situación, de hecho, mi atuendo prehistórico empezó a gustarme segundos antes de ponerme los lentes de realidad virtual y limpiar la boquilla.  Todo estaba como solía estar, el denso humo, las columnas de granito, los tragos de colores con sus respectivos insectos, la chica del frente a la que no puedo observar y menos tocar. Me sorprendí al desear una relación táctil con la mujer, romper la ley y anhelar, son impulsos mal vistos por los días que corren. Di una bocanada y las imágenes del pasado se hicieron presentes. Una ballena, la efigie de un rayo, una tortuga y las proyecciones que hacen del “Horno” una combustión peligrosa para visitar: Ocupa Wall Street, los manifestantes del 15-M en la Puerta del Sol de Madrid, escenas de la Primavera Árabe y de nuevo el vestigio del rayo que envuelve al Terminator T-800 cuando llega a la tierra. El segundo temblor irrumpió cuando el opio estrangulaba mis pulmones por cuarta vez, la tierra se revolvió como un acelerador de partículas que hizo que mi gusano expulsara mezcal amarillo. Fui el único que salió de la cabina, los demás ni se inmutaron, estaban en lo suyo, absortos en deliciosos sueños calientes, inmersos en recuerdos familiares memorables, buceando en perversiones a la medida de sus deseos. Sudaba frío, los nervios crispados, se me ocurrió consultar el dispositivo, ninguna fuente de información registró los movimientos telúricos. Inhalé un poco del polvo que nos dan los lunes y salí a caminar. Afuera la lluvia, la luna ensangrentada y el Mar Negro rugiendo blasfemias. La policía borraba un grafiti que decía: “Eso somos nosotros, lo Diferente. Ratas de la tecnología, nadando en el océano de la información”.

Tomé el camino del muelle, olor a sal, la espuma masacrando al acantilado, gotas estrellándose en mi cara. A lo lejos vi un pequeño barco envuelto en neón, sus velas dejándose llevar por el viento acariciaron mi tristeza, el polvo gris empezaba a hacer su efecto. Tercer sacudón y vi el cielo caerse, me sostuve como pude de una vieja cabina telefónica; los pocos transeúntes siguieron su camino como si nada estuviera sucediendo. Decidí calmarme y tomé un taxi. Antes de entrar al edificio consulté de nuevo el dispositivo, cero noticias de los movimientos telúricos. Esta mierda de la tremofobia me viene desde que era un niño. Los psiquiatras dicen que tiene que ver con el instinto de supervivencia, yo digo que tiene que ver con…

Antes de entrar al edificio maldigo al gobierno entre dientes, la asignación de un pequeño apartamento en el piso 80, demuestra cuanto me aman. Tomar el ascensor es una tortura: ¿Y sí se sacude la tierra mientras estoy adentro?, ¿Y si se desploma y caigo al vacío?, decido subir por las escaleras. Salgo al balcón, me reconforta ver a ese monstruo eléctrico, incandescente y fulgurante hasta que el sexto apagón mata su ímpetu, lo único que sigue encendido es la Rueda de Chicago. Prendo la computadora cuando vuelve la luz, veo algo de Pornografía Ciborg y cuando me canso de las imágenes, se me ocurre indagar por los temblores, los medios ahora solo registran el que ocurrió a las 11:06 a.m. Me muevo por el cuadrante 141 de la red, nieve electrónica, borraron toda la información. Se nos permite hablar poco o casi nada en el trabajo, rompo la regla y pregunto a mis compañeros por los temblores, casi todos me ignoran, los pocos que responden contestan que solo sintieron un sacudón. Empiezo a preguntarme sí perdí la razón. Salgo por un vodka al casco antiguo de la cuidad, la gente está animada, una prostituta vietnamita me sonríe. Antes de llegar al “Stalin Bar” todo se derrumba en mil pedazos, la tierra se parte en dos, se abren grietas en los edificios, la Torre del que Salió del Mar se desmorona con lentitud, como un puñado de naipes de la baraja española. La gente no se inmuta, siguen en lo suyo como si nada a su alrededor estuviera pasando, me orino de nuevo. Cuando el terremoto termina pregunto sí sintieron el sacudón, responden que no, veo la cuidad en ruinas. Deseo encontrar a alguien que vea y sienta lo mismo que yo, imposible, todos actúan como si nada estuviera pasando, luego de que curen mí brazo maltrecho; empezaré una revolución.

 

 

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