Avión zombi por Juan Sebastián Rojas

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Me había dado cuenta de que una enorme gota de pus brotó detrás de la oreja del pasajero que estaba a mi lado en el avión. Una gota amarillenta que se esparció en su buzo de lana. Él se burló de mí cuando se lo hice saber, pues, no es normal que los pasajeros vuelen […]
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Avión Zombi

Me había dado cuenta de que una enorme gota de pus brotó detrás de la oreja del pasajero que estaba a mi lado en el avión. Una gota amarillenta que se esparció en su buzo de lana. Él se burló de mí cuando se lo hice saber, pues, no es normal que los pasajeros vuelen así de podridos.

‒ Bienvenido a Zombie Airlines, miembro de Dark Star Alliance.

En realidad, detrás de la oreja tenía una vieja cicatriz. Antes de exiliarse en Suecia, había sido torturado en la dictadura de Pinochet. Estuvo en el estadio con Víctor Jara y otros chilenos con la carne tan apetecida por su sabor a rebelión y por sus alas que provocan tantos celos entre quienes tienen que admirar a un facho para que este vuele por ellos.

Durante aquel vuelo Ámsterdam-Bogotá, el hombre me contó que a su hija mayor la habían violado y había quedado loca para siempre, que sus demás hijos nacieron en Suecia y están sanos, que trabaja allá como informático en una escuela y que había sido invitado a un festival de poesía en Cartagena para presentar su libro sobre niños víctimas de conflictos armados. Mientras me hablaba, yo seguía viendo el pus que goteaba detrás de su oreja. Le pedí permiso para ir al baño. Me fui a vomitar.

‒ Al salir quise caminar por el pasillo.

A una azafata se le salía la lengua por la garganta como si fuera una corbata. Una pareja conversaba con su niña en un castellano correcto, pero al revés. Por la ventana se veía por las nubes que el avión no avanzaba, sino que retrocedía. Caminaba con cuidado para no pisar unos pedazos de cuerpo, esparcidos como si los hubieran cortado con una motosierra. Vi a otra azafata que avanzaba concentrada con su carrito de comidas y la llamé. Al levantar la cabeza para verme, se le salió un ojo. Decidí darle la espalda y volver a mi puesto.

‒ No voy a tener ningún ataque de pánico.

Recibiéndome con alegría, el chileno me propuso hablarme de Pablo Neruda. Aquel “prohombre” lo felicitó en la ceremonia en la que fue premiado por Allende como el mejor bachiller de la nación. Luego, conoció también a Mario Vargas Llosa, ya en la época en que este “había traicionado la causa”. Noté que tenía gangrena en las encías.

‒ Me tomé unas pastillas para dormir. Demoraron en surtir efecto.

Le pedí excusas porque tenía que dormir para estar disponible en el trabajo desde el aterrizaje. Me despertó un niño queriendo ver el mar por la ventana. Me preguntó si era el océano Pacífico o el Atlántico. Me asomé y abajo vi un tapete infinito de lava. Cuando le iba a responder, el niño había desaparecido. Me levanté para ver a mi alrededor. El chileno roncaba chorreando pus. Una fila de gente pálida y desfigurada hacía la fila para ir al baño. Tenían botas militares. Me senté de nuevo y me puse una sábana en la cabeza, procurando volverme a dormir. Volví a abrir los ojos cuando escuché aplausos. ¡Por fin había llegado a Colombia!

Juan Sebastián Rojas Miranda (Bogotá, Colombia, 7 de abril de 1988): Docente de la universidad Santiago de Cali. Cursó estudios literarios en la universidad Paris Nanterre, hasta obtener el título de doctor en Literatura Comparada en abril del 2016.

Es editor de Ediciones El Silencio y director de Pluralis, revista sobre la diáspora colombiana. Diana o ¡Que viva el reguetón! es su segunda novela, después de El inmortal (Madrid, Editorial Verbum, 2016). También es autor del libro de poesía y relatos En busca de nada (Bogotá, Editorial Oveja Negra y Editorial USC, 2018).

Su novela Fóllale, Manco fue finalista del Premio Iberoamericano Verbum de Novela 2018 y publicada (Madrid y Cali, Editorial Verbum y Ediciones El Silencio, 2018).

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